De Manila a Cebú

7:07 Pat Casalà 0 Comments

¡Buenos días! El primer viernes de trabajo es el más reconfortante de todos porque por fin habrá tiempo de volver a sumergirme en la serenidad de dos días sosegados, con tiempo para volver a leer, a escribir, a sentir…
Recuerdo con una sonrisa torcida mi llegada a Manila, esos treinta tensos minutos dando vueltas en el aire a la espera de que nos dieran pista para aterrizar tras más de trece horas encerrados en el avión, la sensación de que íbamos a perder el último vuelo…


Al fin nos dieron luz verde y aterrizamos. Teníamos el check in del siguiente avión, pero nos quedaba facturar las maletas. No faltaban más de cuarenta minutos para cerrar el mostrador y debíamos pasar el control de inmigración, recoger el equipaje y cambiar de terminal. Estaba al borde de un ataque de nervios, si perdíamos ese vuelo nos costaría más llegar a destino…
La parte del pasaporte fue mucho más ágil de lo que nos pensábamos. El policía nos hizo muchas preguntas a Irene y a mí, entre ellas qué tipo de relación teníamos y cuál era nuestra ruta turística por Filipinas.
Y llegamos a la cinta de las maletas con el recuerdo de la última vez en Singapur. Con el corazón en un puño vimos pasar un montón de equipajes, siempre con la sensación de que nos lo habrían perdido otra vez y el paso de los minutos acosándonos. Cuando vi salir las tres seguiditas me puse a dar saltitos de alegría, como Steff.


Mientras las esperábamos mi marido fue a cambiar una parte del dinero en efectivo para pagar el taxi.
Nos quedaban quince minutos para llegar a la Terminal 3, a diez minutos en coche si había suerte con el tráfico. No nos lo pensamos demasiado, nos subimos a un taxi y cuando nos preguntó por dónde queríamos ir le dijimos que por el sitio más rápido, que se trataba de una autopista de pago. La tarifa era elevadísima por tratarse de Manila, pero al final solo pagamos ocho euros y nos solucionó el problema porque llegamos a tiempo.


Hacía veintisiete horas que habíamos salido de casa, estábamos muertos de sueño, cansados y exhaustos, pero todavía nos faltaba un vuelo de una hora y media para llegar a Cebú. Como íbamos justos de tiempo esa parte del viaje fue rodada y conseguimos sortear los minutos con la emoción propia de estar a punto de iniciar el viaje.
El taxi hasta el Harold’s Hotel fue rápido y baratísimo, las habitaciones un oasis donde descansar y el aire acondicionado una bendición. Esa noche dormí con la sonrisa puesta, al día siguiente a las 9:30 nos venían a buscar para desplazarnos a Bantayan. Todavía nos quedaban unas dos horas hasta el muelle y cuarenta minutos en barca…
El lunes os cuento la llegada al paraíso.

¡Feliz día! J

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