Stirling y nuestra mala suerte
¡Buenos días! Es imposible que me pase algo más… Esta ha
sido la frase estrella de mi viaje familiar por Escocia este puente y es que,
como dice mi hijo, ¿a quién se le ocurre elegir ese destino en diciembre?
La verdad es que a pesar del gafe ha sido un viaje precioso,
con mucha camaradería entre la familia, momentos para charlar los cuatro con
esa capacidad del tiempo compartido que nos ayuda a encontrarnos a pesar de la
distancia que la edad de mis hijos crean en nuestra relación familiar.
Me ha encantado Escocia. Su gente, sus paisajes, sus
castillos, sus cementerios… Ha sido como viajar en el tiempo, como si por unos
días me convirtiera en Claire y pudiera conocer a Jaime, como si pudiera
atravesar las piedras para descubrir las Tierras Altas de la mano de un
verdadero escocés…
Volamos con Vueling con el consiguiente retraso (con esta
compañía siempre me pasa igual…). Teníamos el vuelo a las ocho de la mañana,
tras un madrugón épico, aunque no salimos hasta casi las nueve. Hacía un frío
de mil demonios y estábamos cansados, pero por fin llegamos a Edimburgo una
hora después de la que debíamos.
El choque climático fue durillo.
Teníamos un coche alquilado con Europcar y la verdad es que
no nos podemos quejar de haberlos contratado porque fue una transacción muy
rápida y acabamos con un vehículo casi nuevo. Los primeros momentos fueron
caóticos. Conducir por el otro lado, coger las rotondas al revés… Pero mi marido no tardó en cogerle el
tranquillo.
Nuestra primera parada fue Stirling. Hacía frío, llovía,
pero el paisaje no tenía desperdicio. Comimos en un pub con una pinta increíble
y fue uno de los mejores lugares del viaje. Miraré si encuentro el nombre… La visita
al cementerio y al castillo nos gustó mucho, aunque el tour gratis era en
inglés y la chica hablaba tan rápido y con un inglés tan cerrado que apenas la entendíamos.
Nos subimos de nuevo al coche para poner rumbo a Fort
William, donde teníamos el hotel para dormir. Nos habíamos traído un Tom Tom go desde Barcelona para no
perdernos, pero a mitad de camino, cuando el cielo estaba completamente oscuro
y acompañados de una lluvia infinita, se murió. No lo entendíamos, estaba
conectado al encendedor del coche… Tras dar varias vueltas a la situación
descubrimos que el cargador no funcionaba.
No sabíamos dónde estábamos ni teníamos ni idea de cómo
llegar, ya que el plano que nos dieron en el aeropuerto no servía de nada.
Paramos en una gasolinera, donde nos ayudaron a orientarnos
y conseguimos volver a tener el navegador en marcha gracias a varias ideas
conjuntas: conectarlo a una batería externa que llevábamos con cuatro cargas.
Por suerte yo llevaba un cable que funcionó y paramos en la primera tienda que
vimos en el camino para comprar un enchufe de mechero de coche y conseguir
cargar el navegador el resto del viaje.
Ha salido una reseña preciosa de Un último día conmigo en el blog Estoy entre páginas (enlace). Es bonito saber que mis historias
llegan a los corazones de otras personas.
¡Feliz día! J
0 comentarios: