¿Se puede madurar a los cuarenta?

9:09 Pat Casalà 4 Comments


¡Buenos días! Me levanto con muchas ganas de crear mundos paralelos en el papel, con una idea clara de cuál será el giro argumental de la novela y de cómo rubricaré un final que no me esperaba.
LDE es una novela diferente en muchos aspectos a las que había escrito hasta ahora. Este año me he pasado a las policíacas y he abandonado la fantasía que llenaba mis cuadernos infantiles. Quizás en esa nueva forma de ver la escritura influye la maduración personal de los últimos tiempos.
¿Se puede madurar a los cuarenta? Yo creo que sí, y más si nos referimos a un mundo tan diferente al habitual como la literatura. Mi proceso de cambio empezó en este espacio de la bloggosfera, acompañada por personas que me ayudaron a darme cuenta de lo mucho que me perdía con mi actitud.
Es fácil entender la visión romántica que tenía yo de escribir. Durante mi infancia soñaba cada noche en convertirme en una escritora tan famosa que acababa en Hollywood dando vida en la gran pantalla a sus personajes inventados. Lo anhelaba tanto que se convirtió en mi deseo platónico.
Ser disléxica no ayudaba a que los profesores apostaran por mi vocación. Jamás gané un concurso literario, aunque cada año me esmeraba por plasmar esa imaginación que convivía conmigo en una hoja de papel, con un boli y mi incapacidad para construir una frase sin faltas de ortografía y con la letra clara.
Estoy segura de que los consejos bienintencionados de mis maestras fueron el detonante para que en mi interior creciera todavía más el deseo de demostrarles que se equivocaban. Aunque cuando llegué a la adolescencia terminé por escucharlas y entender que jamás lograría escribir nada con coherencia.
Me decanté por estudiar económicas. Era extraño que me entendiera tan bien con los lenguajes matemáticos, ¡fui el único diez de mi promoción en el examen de mates de selectividad! Y decidí dedicar mi vida a los números, a pesar de mis anhelos.
Pero la creatividad no se puede esconder bajo un manto de indiferencia, un día sale a la luz y te posee con frenesí. Yo crecí, me enamoré, me casé y tuve hijos muy joven, tal como soñaba de pequeña, y un día me descubrí con parte de mis anhelos cumplidos y con el deseo interno de novelar mis mundos paralelos.
Tras un año estudiando ortografía y gramática, con unas cosquillas inquietantes en el abdomen, me senté frente a un ordenador para teclear mis primeras palabras. Fue una sensación adrenalítica, llena de emociones intensas, que me descubrió un mundo nuevo y excitante.
En siete meses tenía mi primera obra terminada, me sentía orgullosa de mí misma, de haber demostrado que no era verdad lo que me decían, que sí tenía capacidad para hilvanar una novela. Por eso caminé por las brasas de la idea romántica de publicar, anhelando que mis sueños se cumplieran.
A partir de ese instante escribir fue mi única fuente de felicidad, siempre en busca de nuevos retos, de nuevas ideas, de nuevos argumentos. Pero el castillo de naipes se derrumbó tras años de lucha infructuosa. Conseguí una agencia literaria de la talla de Antonia Kerrigan, pero en vez de alcanzar la cima me quedé a medio camino, siempre con un nuevo consejo para mejorar mi técnica. Durante años no me rendí, leí, subrayé, estudié, reescribí una y otra vez, pulí y volví a reescribir.
Ahora mis sueños están marchitos, ya no pienso que alcanzaré la gloria, ya no escribo para que me lean, ya no espero constantemente una llamada ni un email. Ya no dedico toda mi energía a las letras ni permito que la escritura domine mi vida, es algo intrínseco a mí a lo que nunca renunciaré, pero ya no es el centro de mi universo.
Solo el tiempo puede decidir qué sucederá con mis novelas, de momento para mí son una fuente inagotable de sonrisas.
¡Feliz día! J

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