El edificio
¡Buenos días! El viernes se
presenta como siempre, cargadito de trabajo y con un sinfín de emociones pendientes
para el fin de semana. Parece que el frío remite un poquito y que quizás salga
el sol… Como mínimo es lo que anuncian en el tiempo para mañana.
No habrá entrada hasta el lunes,
últimamente me tomo libres los fines de semana. Quizás cuando regrese la
inspiración quiera compartir con vosotros un poquito de mis sábados y domingos,
pero en estos momentos me cuesta un poco encontrar temas y palabras para dejar la
huella impresa de mi paso por el día.
Ayer el trabajo se complicó, salí
tardísimo de la oficina, sin acabar las mil tareas pendientes que parecen luces
parpadeantes sobre mi mesa. En estas épocas es cuando necesitaría que los días tuvieran
treinta y cinco horas…
Cada mañana paso con mi moto frente
al edificio Planeta. Hace años trabajaba justo enfrente, en el Pedralbes Centre. Aparcaba frente a él,
lo miraba de reojo y soñaba con entrar en sus fauces con mis manuscritos bajo
el brazo, en plan escritora desaliñada y despistada.
Aixxxxxx, ¡qué bonito era pensar
de esa manera! Un día me dejé las llaves puestas en la moto y al ir a buscarla
había una nota que me decía: «Te he recogido las llaves y las he dejado en
recepción del edificio Planeta». Me saltaron dos lágrimas, para mí fue como una
señal que nunca se materializó en una realidad.
Eso sucedió hace un montón de
tiempo, ha llovido mucho desde entonces, me he hecho mayor, he aparcado esa
ilusoria sensación de que la vida es algo más de lo que vemos a simple vista y
he madurado tanto que ahora solo miro de soslayo el edificio algunas mañanas,
cuando me acuerdo de que está ahí.
¡Ay! Suspiro largo y melancólico.
No sé en qué instante del camino di un giro en mis percepciones para descubrir
un mundo nuevo ante mi mirada, fue fabuloso sonreír por lo que me envuelve y no
pasarme las horas deseando lo que no tenía, un cambio radical en mi manera de
encarar las jornadas, un alivio constante.
Esta mañana me he fijado en el
edificio Planeta con una mirada curiosa, sin esa esperanza antigua que solía
llenar mi mente de metas inalcanzables. Me he imaginado a mi antigua agente
traspasar cada mañana esas puertas, llegar a su despacho en alguna planta
dispuesta para las editoras de ficción, enterrarse bajo lecturas larguísimas.
Entonces me he dado cuenta de que ya hace más de un mes que no tengo noticias
suyas, que la vida sigue, que a pesar de su cierre de la agencia yo continúo
sonriendo.
Quizás algún día atraviese esas
puertas con la emoción de visitarla o nunca llegue un email o una llamada o una
comunicación. ¡Qué más da! Lo importante es encontrar alegrías en las pequeñas
cosas, compartir momentos con los míos, regalar unas cuantas palabras bonitas a
las personas a las que quiero.
¡Feliz día! J
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