¡Qué difícil es esperar!
¡Buenos
días! Llevo más de una hora dándole vueltas a esta entrada de hoy. Estamos en
unos días festivos y la afluencia al blog desciende considerablemente, así que
no voy a escribir el fragmento de Los Cofres del Saber que tenía en mente ni
nada que sea muy trascendente. ¡Son momentos de disfrute y tranquilidad!
Para
mí no está siendo una Semana Santa demasiado buena, la verdad, pero siguiendo
con la intención de ser siempre optimista voy a mirar hacia delante y pensar
que pronto conseguiré una ancha sonrisa que me hará olvidar los malos momentos.
¡Qué
difícil es esperar! En todos los ámbitos de la vida las esperas minan los
nervios y destrozan el alma. ¿Quién no ha aguardado nunca a que sucediera algo?
¿Quién no ha sentido aquellas cosquillas en el estómago que te ahogan cuando
los minutos se convierten en horas y las horas en días?
Es
una sensación amarga y difícil, de aquellas sensaciones que te activan todas
las constantes y precipitan la adrenalina por tu cuerpo consiguiendo una
sobrealteración de los sistemas internos. Y los segundos pasan más despacio y
las horas se consumen entre exaltaciones y los días caen sobre ti como una
pesada losa.
¡Hay
tantas esperas en mi vida! Y sí, he de admitir que soy una persona impaciente y
activa, de aquellas personas a las que les cuesta permanecer quieta mientras
llega lo que agurada. Pero hay momentos en los que la realidad se impone y las
situaciones desembocan en decisiones.
¡Me
he pasado tantos años frente al mail y al teléfono! ¡Esperando, esperando y
esperando! Ha habido momentos en los que incluso mi mente ha reproducido el
sonido del móvil. Con el paso del tiempo he ido adaptándome a ese estado,
siempre anhelante, siempre ilusionado, siempre paciente, siempre a la espera. ¡Pero
qué duro es preguntar y no obtener respuesta! ¡Interpretar los silencios!
¡Caminar en la cuerda de la incertidumbre!
Ahora
mi espera es distinta, es una más dolorosa y triste, una que me duele
intensamente: el desenlace de un ser querido. Hace tres días que nos han dicho
que había llegado el final, pero las manecillas del reloj avanzan sin detenerse
y todo sigue igual, en el limbo de la espera, suspendido en un estado
semiinconsciente del que sabemos no despertará.
¡Y
cómo cuesta estar sentado aguardando! A mí, encerrada en casa, con la rodilla todavía
convaleciente, los niños sin poder salir y mi marido velando a su padre, me está
costando no derramar lágrimas constantemente.
La
verdad es que quizás por todo lo que sucede a mi alrededor las últimas entradas
han sido un poco apagadas. Me está costando mucho centrarme estos días. He
dejado de escribir, de corregir, de soñar y de leer. ¡Necesito unas vacaciones
de mente! ¡Unas que me ayuden a asimilarlo todo!
Voy
a respirar profundamente, voy a cerrar los ojos un momento y voy a pensar que
todo pasa, que todo llega, que todo es efímero. Y, sobre todo, voy a recordar
los buenos momentos, las alegrías, las ilusiones, las esperanzas. Y voy a sonreír.
Lo prometo.
¡Os
deseo un feliz día!
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