La técnica
La lucha por aprender técnica es algo arduo y complicado. Para mí, que estudié una carrera de ciencias y no había vuelto a mirar las letras en años, fue una tarea complicada, algo que se me asemejaba a escalar una montaña sin experiencia alguna. De hecho, mientras iba buscando maneras para mejorar, mientras me leía libros sin tregua, subrayando frases, párrafos y metáforas con vistas a crearme un glosario que me diera la pista para encontrar mi propio estilo literario, era como si la escalada se llenara de ráfagas e viento que me devolvían al pie de la montaña o desprendimientos de rocas que me desviaban del camino.
En medio de esa subida, mientras los salientes donde agarrarme iban clareando, descubrí que no era tan difícil, que yo era capaz de escribir sin errores de sintaxis, que podía transmitir mis mundos imaginarios al papel sin mala técnica. La capacidad de adaptar cada uno de mis textos a una fluidez necesaria para que el lector no se encallara fue fructificando en mí a base de reescribir una y otra vez La Luna de Ónixon y El Secreto de Las Cuartetas.
Para llegar al lugar donde ahora me encuentro me ayudaron dos personas: una fue un profesor que contraté en la escuela de escritura del Ateneo Barcelonés, Pepe. Él me ayudó a encontrar los últimos resquicios de falta de técnica que quedaban en El Secreto. Trabajé muy duro siguiendo sus indicaciones, retocando yo misma los errores y buscando la solución a todo cuanto él me planteaba. Estudié de nuevo normas ortográficas y de escritura, reescribí otra vez la novela, lo escuché y volví a revisar los cambios con Pepe. ¡Al final la novela estuvo pulida!
La otra persona que ha guiado parte de mi aprendizaje ha sido mi agente literaria: Lola. Ella creyó en mí desde el principio, cuando tenía mucho que contar, pero no lo contaba bien. Sus consejos me ayudaron a buscar en los libros y en la red la manera de superar mis deficiencias literarias.
Gracias a todo ello fui capaz de escribir La Baraja en tres meses, sin necesidad de retocar demasiado al acabar. Fue una novela fácil y divertida de escribir. Las ideas convivían conmigo y se traspasaban al papel fácilmente, sin deficiencias, sin faltas, sin errores de sintaxis. ¡Había aprendido a escribir correctamente! ¡Y lo había hecho gracias al tesón y mi trabajo! La verdad es que durante ocho años trabajé cuatro horas en la escritura de lunes a domingo. ¡Espero encontrar esa fuerza otra vez en mi interior!
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