¡Un Sant Jordi inolvidable!
¡Buenos días! Me despierto con resaca de alegría y un montón de
sensaciones increíbles pululando por mi interior. Conseguí sonreír en Sant
Jordi durante muuuuchas horas, salí a la calle, paseé por las paraditas de
camino a la «Jorgada» en casa de un familiar y disfruté mucho viendo las
novedades literarias, los autores firmando, las iniciativas de algunas
editoriales emergentes, la gente, la ilusión…
Comí con un grupo de compañeros de Amazon a los que conocía vía
redes sociales y compartimos un sinfín de experiencias que llenarían fácilmente
un manuscrito con ideas, momentos y logros.
Estas reuniones informales con gente a la que la vida le ha llevado
a un punto de inflexión que coincide con el tuyo logran encender la llama de la
esperanza, a pesar de las diferencias entre nosotros nos damos los consejos que
pueden ayudar a otros y escuchamos los ajenos ávidos de saber más acerca de un
mundo difícil y con demasiadas curvas pronunciadas.
Mi conclusión es clara: no se puede tirar la toalla ni quedarse
quieta a pesar de los pesares, hay que encontrar el sendero para lograr migajas
de tus sueños y no seguir anclada a otras ideas, aparcando para siempre la
lucha por lo que piensas que es un imposible.
Ahora debo buscar la manera de afrontar esa realidad sin que se
derrumbe la felicidad creada a base de mucho esfuerzo y tesón. Tengo once novelas
terminadas, una ya tiene editorial y las otras deben encontrarla cueste lo que
cueste.
¿Os imagináis una paradita en Sant Jordi con cinco novelas distintas
sobre la mesa? Bueno… ¡Soñar no cuesta dinero!
Nunca se sabe qué pasará el día de mañana ni dónde nos llevará el
Destino, lo único que subyace de las verdades escuchadas ayer es que si algo te
hace feliz has de ir en su busca, aunque tardes toda una vida en alcanzarlo. Y
sí, es cierto, estoy en una época muy prolífera a nivel de escritura e ideas,
las novelas se multiplican como churros sin dificultad, pero también es
importante sacarles un rendimiento de lectores que decidan leerlas, ¿no?
Conocer la parada final es un principio, ahora hay que ver a qué
tren me subo y cuántos trasbordos necesito para llegar a la última estación. Y,
a pesar de la intrincada cuesta que se abre ante mí, de la falta de costumbre
de escalar y de las ilusiones rotas en otro tiempo, hay que colgarse la mochila
a la espalda, respirar hondo y agarrarse a los salientes.
¡Feliz día! J
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