Butterfly Santuary (Siquijor)
¡Buenos días! Hoy mi hija cumple diecisiete años y a mí me
invade una extraña nostalgia porque me doy cuenta de cómo pasa el tiempo, de lo
mucho que ha cambiado mi vida desde cuando la llevaba en la barriga, de la
maravillosa familia que hemos construido entre los cuatro y de cada una de las
decisión tomadas en las curvas de un camino empinado.
Hay instantes en los que un hecho significativo me hace detenerme
para echar la vista atrás y descubrir la felicidad de cada instante, dándome
cuenta de mi suerte sin dejar de sonreír.
Voy a volver a Filipinas, a cuando nos subimos a las motos
para recorrer la isla hacia las montañas. Era una carretera solitaria, casi
ausente de personas. Se enfilaba hacia la cima con curvas largas. El calor era
tan sofocante que apenas me confortaba la brisa de la marcha. Y el rugido de la
naturaleza se empeñaba con el motor, pero era casi silencioso, lleno de notas
de vida.
Es extraño, en Filipinas se ven muy pocas aves y los monos,
tan abundantes en Asia, apenas cubren las largas extensiones llenas de árboles y
matorrales selváticos.
Tardamos un poco en llegar al Butterfly Sanctuary, un lugar
perdido en las montañas donde hay muchísimas mariposas volando dentro de un
recinto vallado para retenerlas. Es un jardín inmenso, en él nos deleitamos con
otros insectos, incluso con los gusanos y las crisálidas que pronto eclosionarían
en estos maravillosos insectos alados.
Pagamos para entrar y, al igual que en la carretera,
disfrutamos en soledad de ese santuario.
Al regresar a la moto decidimos conducir hasta un mirador en
la montaña. Llegamos tras perdernos un par de veces. Estábamos en la cima,
rodeados de musgo en el suelo, con las ramas de los árboles tapando el sol,
acompañados del silencio. Dejamos las motos y nos acercamos a los escalones…
¡Había ciento setenta o así! Empezamos a subir hasta llegar a lo alto, donde
había que ascender a una torre de metal. La verdad es que fue un chasco porque
apenas se veía nada.
Un par de rayos surcaron el cielo, anunciando tormenta. Era tarde,
habíamos visto la mayoría de cosas que deseábamos y, aunque nos quedaban las cuevas,
la lluvia empezó a repiquetear en el suelo para advertirnos de la necesidad de
regresar.
Pusimos rumbo al hotel para darle algún antiinflamatorio a
Irene, ponerle uno tópico en el pie y descansar unos instantes. A mitad de
camino la llovizna arreció, convirtiéndose en un aguacero. Mis hijos decidieron
seguir hacia el hotel, mi marido y yo fuimos a contratar un par de inmersiones
para el día siguiente.
Llegamos completamente empapados al centro de buceo que
habíamos encontrado gracias a Trip Advisor, el Sea Pearl Divers, un sitio que
resultó un hallazgo increíble. Entramos chorreando, pero nos atendieron increíblemente
bien. Y al salir volvimos a la tormenta, a empaparnos rumbo al Coco Grove Beachresort para reservar una excursión a Apo Island, la isla de las tortugas para
dos días después…
¡Feliz día! J
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