Con la rueda pinchada (Siquijor)
¡Buenos días! La tormenta descarga su fiereza en las calles,
llenándolas de oscuridad. Escucho el repiqueteo del agua en el suelo desde la
ventana, empañando el silencio de la casa dormida, y con una fuerza colosal que
parece capaz de romper la serenidad con el estallido.
Últimamente me despierto muy pronto por culpa de mi cabeza,
que no deja de darle vueltas a mil cosas y después de desayunar, escribir en el
blog y ducharme me adentro en alguna lectura estirada en el sofá a oscuras,
solo iluminada con la luz de la pantalla del Kindle, esperando la hora de salir
hacia el despacho.
La negrura de hoy en el exterior es más densa de lo habitual
y la tormenta suena como si mil cañones estuvieran dinamitando el cielo. A ver
si amaina a tiempo para subirme a la moto sin problemas.
Ayer nos quedamos en nuestro día de buceo en Siquijor. Nos
dejaron pronto de vuelta en el hotel, donde nos duchamos, nos vestimos y nos
preparamos para ir con la moto a mirar los billetes de barco para el día
siguiente a Bohol. Debíamos ir hasta el puerto de Larena.
Al salir del hotel Àlex nos avisó de que algo le pasaba a su
moto y no tardamos en descubrir la rueda pinchada. Estábamos en medio de la
nada, rodeados de campos. No teníamos muy claro cómo solucionarlo. Por suerte
mi marido recordaba que al final del camino había un mecánico.
Irene y yo nos bajamos para dejar que los hombres condujeran
hacia allí mientras nosotras recorríamos el trayecto andando. Los nativos nos
silbaron en varios tramos del sendero, nos miraban con demasiada curiosidad,
sin ocultar su fascinación por personas diferentes.
Por fin llegamos a un mini pueblo consistente en pocas construcciones
desiguales, un pequeño puente sobre un río, una tienda de todo, un lugar con
gasolina (que no son más que botellas de litro de Coca-Cola rellenas de líquido
de dos colores, uno por cada tipo de gasolina. El nuestro era el rojo) y una
charca donde se lavan.
El mecánico no estaba y no sabíamos qué hacer porque la
carretera estaba lejos. Mi marido decidió ir en busca del hombre que nos alquiló
las motos, quien vino dispuesto a ayudar. Pero como todo era manual tardaron
más de dos horas en cambiar la rueda. Pagamos una cantidad por el recambio y la
ayuda de la gente del pueblo y por fin pudimos ir hasta Larena, donde nos
encontramos con la taquilla de los barcos cerrada.
Estábamos famélicos, así que buscamos un lugar para comer. Tras
dar varias vueltas por el lugar encontramos a un chico muy amable que nos
indicó un local agradable donde comimos muy bien. Pinchos de pollo, arroz (¡cómo
no!), un poco de pescado…
Pasamos lo que quedaba de tarde en la piscina del hotel,
preparándonos para viajar al día siguiente rumbo a Bohol.
¡Feliz día! J
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