Manila y bye bye Filipinas
¡Buenos días! Hoy me despido de vosotros hasta el martes
seis, día en el que me reincorporo al despacho tras volver de Brasil. Voy a
dejar terminado mi viaje por Filipinas en este post y por al regresar empezaré
a repasar mi vida literaria.
Ha sido maravilloso recordar, ver las fotos otra vez, elegir
algunas para compartir con vosotros y revivir una aventura que estoy empezando
a plasmar en una novela. No es la primera vez que utilizo una experiencia
personal para dar vida a los personajes, pero esta vez hay muchísimo más de mí
en ella, ya que ocupa una parte importante de la trama.
Nos quedamos en el aeropuerto de Bohol, a punto de
embarcarnos para nuestro último destino: Manila.
La espera en la terminal fue surrealista. Era una sala cuadrada
con sillas de plástico y un aparato de aire acondicionado a la vista. No había
sitio, así que Irene y yo nos sentamos en el suelo. Cuando aparecieron unos
músicos para tocar frente a la puerta que daba a la única pista me fijé en que
dos de ellos eran ciegos.
¡Ya nos veis allí sentadas, escuchando versione de canciones
muy conocidas!
Les dimos una propina porque nos pareció lo más justo y,
tras una equivocación de cola (no entendimos que el vuelo inmediatamente
anterior al nuestro era de la otra compañía aérea), conseguimos caminar por la
pista hasta nuestro avión.
Manila me sorprendió. Es un lugar ruidoso, lleno de tráfico,
con edificios tristes, suciedad en las calles, muchísima pobreza… Fue como si
después de pasar tres semanas en el paraíso la capital me devolviera de repente
a una realidad paralela donde el calor sofocante y la aglomeración me
despertaran de un sueño.
Para entrar en el Hotel Manila, un establecimiento
alucinante, muy cercano a Intramuros y con un hall que nos dejó sin aliento,
tuvimos que pasar dos controles de seguridad: uno con perros que buscaban droga
en nuestro equipaje y otro de detector de metales y abertura de bolsas y
maletas.
Cenamos en el bar del hall, donde unos músicos tocaban
canciones clásicas colmando el ambiente de notas serenas.
Al día siguiente habíamos quedado con mi sobrino, quien está
estudiando unos meses en la ciudad, y nos fuimos con él a visitar Intramuros,
que era el emplazamiento de los españoles durante la época colonial. Visitamos
la catedral y el Fuerte de Santiago.
Hacía muchísimo calor, el cielo estaba muy encapotado y la
pobreza de las calles de camino a Intramuros me sobrecogió. Niños desnudos
pidiendo, cajas reconvertidas en casas en medio de la acera con hornillos donde
cocinaban…
Pasamos el resto de la tarde en la piscina y leyendo en la
habitación, hasta el momento de coger un taxi al aeropuerto para volver a
Barcelona. Fue una despedida agridulce…
Acabo de encontrarme con esta reseña de Dúo (enlace). La historia entre Iris y André se basa en una historia
real de una pareja que a día de hoy está casada. A mi parecer era necesaria
para introducir a Margaret. Y sí, creo que su parte es la más desarrollada
porque la acompañamos durante toda su vida, descubrimos su despertar al mundo, sus
amores y desamores, cómo termina convirtiéndose en alguien tan opuesta a su yo
de juventud…
¡Feliz día! J
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