Traiser y Chocolats hills (Bohol)
¡Buenos días! Cada día me queda menos para coger un avión
rumbo a Sao Pablo. Tengo deseos de volar, pero también me gustaría quedarme… Sin
embargo está clarísimo que el lunes embarcaré.
Ayer nos quedamos en nuestra segunda noche en Bohol. Cenamos
en un restaurante de la playa cercano al hotel y nos fuimos a dormir pronto.
El buffet de desayuno del Hennan era alucinante. Al día
siguiente nos ocupamos de probar mil exquisiteces, como los huevos Benedict. ¡Estaban
deliciosos! Preparamos las maletas e hicimos el check out.
El coche nos recogió puntual a las ocho y media, pero el
señor que nos contrató los tours nos dio un disgusto. Está claro que algunos
filipinos faltan a su palabra. El día anterior le habíamos dejado una bolsa
llena de ropa para lavar y nos aseguró que la tendríamos limpia en el coche,
pero apareció sucia…
En fin… Dejemos de lado el cabreo y vayámonos a la excursión
del día. Empezamos visitando los Trasiers, unos monos pequeñísimos con ojos
saltones. Caminamos por el sendero marcado guardando silencio para no perturbar
el descanso de loa animales y nos paramos a hacerles fotos. Parecían estatuas
agarradas a las ramas. Apenas se movían o interactuaban.
Después nos fuimos a las Chocolate Hills, unas colinas
recubiertas de naturaleza que sobresalen en una parte de Bohol y nadie sabe
cómo se produjeron geológicamente. La verdad es que pagamos el pato de los
turistas y nos llevaron a un sitio donde prometieron una visita de cuarenta y
cinco minutos en quads por las colinas, pero resultó una ruta por una zona
embarrada desde donde se ven de lejos.
Acabamos llenos de barro, el trayecto duró treinta minutos y
nos quedamos con las ganas de ver más de cerca las colinas de chocolate, pero
por suerte nos sirvió para ver que había una a la que se podía subir para
verlas desde arriba y después convencimos al chófer para ir. No fue fácil, él
quería marcharse ya…
Subimos por unas escaleras empinadas. El calor húmedo se
incrementaba con las pequeñas gotas que empezaban a caer desde el cielo. Había algunos
turistas hablando español o catalán y otros asiáticos.
La vista es sobrecogedora, se ven las colinas alineadas a
unos metros bajo la montaña, formando una extensión amplísima de tonalidades de
verde y marrón. Pasamos un buen rato tirando fotografías.
Al regresar al coche la lluvia arreció. Mientras nos dirigíamos
a unas tirolinas que atravesaban un río. Solo se atrevió a subir Àlex, el resto
de nosotros le miramos desde abajo, con el corazón encogido.
Terminamos en el aeropuerto de Tagbilaran. ¡Era
prehistórico! De verdad, nunca había estado en uno parecido. Solo había dos
mostradores, uno para cada compañía. En ellos los vuelos se anunciaban en
cartón. Había una abertura debajo con una balanza plateada para pesar las
maletas, que luego pasaban a la pista levantando una reja metálica… Y la
terminar de salidas… ¡Buffff! Para comer necesitamos salir, coger un triciclo e
ir a un sitio de comida rçapida cercano.
¡Feliz día! J
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