Bye bye Siquijor
¡Buenos días! Ayer las tormentas se ensañaron con Barcelona
y llenaron las calles de tráfico. A mí los días grises me apagan porque solo consiguen
hacerme sentir tristeza. Es como si las nubes postradas en el cielo bajaran
hasta mi mente y mi corazón para llevarlos a ese lugar frío y cavernoso.
La paciencia no es una de mis virtudes, pero en las últimas
semanas he empezado a ver que soy capaz de serenarme lo suficiente para no
ponerme nerviosa y aceptar cuando las cosas necesitan su tiempo.
En Filipinas el tiempo era muy distinto, en ningún momento
tuvimos esta oscuridad grisácea del día de ayer y las lluvias fueron pequeñas,
sin una duración demasiado larga.
La última noche en Siquijor comimos en el Dagsa ResoBar, un
local muy bien ambientado con una oferta culinaria muy interesante. Pedimos uno
de los combinados para cuatro personas que ofrecían y nos trajeron una súper
bandeja llena de exquisiteces.
Regresamos al hotel los cuatro y mi marido y Àlex se fueron
a devolver las motos. Los trajeron de vuelta en una sola moto, los dos montados
detrás del conductor, atravesando los caminos llenos de baches, las subidas,
las bajadas…
Estaba muy cansada, así que no tardé en caer en un sueño
profundo para despertarme pasadas las cinco, cuando los gallos empezaron su
serenata. Salí con mi ordenador al bar para aporrear las teclas y seguir
avanzando con ECDA, una novela que ahora estoy volviendo a revisar a ratos.
Desayunamos, nos duchamos, terminamos de cerrar las maletas
y tuvimos ese momento tan tenso con el dueño del hotel. Uffff, sacaba humo por
los dientes ante semejante personaje y su forma autoritaria e intolerante de tratar
a sus clientes. Salí muy ofuscada porque a las personas que te pagan un
servicio las has de convencer con palabras suaves no con despotismo. Desde
luego el Kawayan Holiday Resort de Siquijor no se lo voy a recomendar a nadie
porque para mí el trato al cliente es básico.
Contratamos una van en el hotel para llegar al puerto de Larena,
donde compramos los billetes para el barco hasta Bohol. Nos quedaban un par de
horas para comer algo. Fuimos a la terminal, donde te obligan a facturar el
equipaje y pagar. La verdad es que el ferry es carísimo porque aparte del
precio del billete hay que sumarle las tasas portuarias y las maletas…
Como por fuera no encontramos ningún sitio para comer
acabamos en un supermercado comprando patatas fritas, galletas saladas, bollitos…
¡Una comida de lujo, vamos! Nos la tomamos en la terminal, donde coincidimos
con varios españoles en tránsito como nosotros.
Os quiero dejar el
link a una entrevista que me hicieron hace un tiempo y hoy ha salido publicada
en el blog Lectura Adictiva (enlace).
¡Feliz día! J
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