Domingo
¡Qué día tan feo! Aquí en las montañas se ha despertado nublado y un tanto amenazante, aunque el tiempo puede cambiar de un momento a otro y abrirse algún claro (¡eso espero!).
La tranquilidad que se respira en esta casa, mientras toda mi familia reunida de nuevo duerme confortablemente en sus camas del piso superior, es algo que me despierta nostalgia los días ruidosos y estresantes en la ciudad. Aquí no hay coches ni bocinazos ni chillidos… por no haber este fin de semana no hay ni vecinos (a excepción de los de la casa de al lado que son franceses y viven todo el año).
Quizás lo peor de esta época es la legión de moscas que se empeñan en entrar en casa y revolotear sobre mí todo el rato. Mi marido y mis hijos siempre se arman con un matamoscas por método de aplaste de color verde y se dedican a perseguirlas con fricción. Yo me limito a espantarlas con la mano y a rociar la casa con spray insecticida cada vez que nos vamos. ¡No sabéis cómo les gusta la luz de la pantalla!
Incluso con moscas, este año voy a echar de menos los quince días que pasaba aquí con mis hijos el mes de julio durante los dos años que me pasé buscando trabajo, aunque haberlo encontrado es fantástico. Esas dos semanas de soledad en la casa las aprovechaba al máximo para escribir. Mientras los niños se pasaban la mañana en el casal de Llívia pasándoselo en grande, yo me sentaba en mi sillón (el mismo que siempre os explico) y tecleaba. Durante cuatro horas seguidas era lo único que hacía. Y estaba sola, porque los franceses todavía no se habían instalado.
Al mediodía, después de recogerlos y comer en la mesa del pequeño jardín, nos íbamos a la piscina de Err a bañarnos y tomar el sol. Esas dos horas las empleaba en leer estirada en la hamaca, mientras mi cuerpo se bronceaba y los niños se bañaban o se tiraban por el tobogán súper chulo que hay.
Y por la tarde, vuelta a escribir. Nos íbamos los tres en bici al lecho de un río que hay cerca del Parc de Sant Guillem, en Llívia, y mientras mis hijos se calzaban con unos zapatos de goma y se pasaban las horas cazando ranas en el agua, yo seguía tecleando, creando, dando vida a los personajes y a las historias.
¡Cómo lo voy a echar de menos! Aunque las ventajas de haber encontrado trabajo son innumerables y superan con creces la morriña.
Estoy leyendo el octavo libro de la lista…. ¡No sabéis cómo me cuesta! Tal como decía José Antonio, leer por obligación puede resultar tedioso y más cuando entrar en la trama te resulta dificilísimo, porque la escritura en sí es tan densa y llena de descripciones que frena el desarrollo de una posible acción trepidante.
El viernes me fui al FNAC a comprar los cuadernos de verano para mi hija. Tenía un vale de descuento y cuando fui a pagar la cajera me advirtió de que iba a perder seis euros si no compraba algo más. Y esa fue la señal que necesité para volver a la sección de libros de bolsillo y agarrar uno al que ya le había pegado el ojo. ¡Y lo compré! ¡Uno de los que a mí me gustan!
Si las lecturas del Máster siguen costándome tantísimo voy a ir intercalando alguno de los libros que yo me leo en dos o tres días porque me enganchan, de manera que no pierda el gusto por la lectura (os prometo que después de tantos volúmenes sin trama me voy desinflando).
Paralelamente he ido puliendo algunos de los capítulos de La Baraja. Lo voy haciendo despacio, leyéndomelos un montón de veces a velocidad de crucero, buscando los fallos y la manera de mejorarlos. Luego los dejo reposar un par de días y los vuelvo a leer, hasta que me parece que ya no necesito cambiar ni una coma. ¡A ver si esta vez voy bien!
Mañana seguiré con la trama que nos ocupa. La experiencia de crear a trozos, ayudada por los que os decidís a comentar, me está resultando muy gratificante. En el blog no necesito corrección ni pulido, sólo imaginación, ¡y me encanta!
Bsssss.
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