¡Sonreír!
¡Buenos días! El frío
aprieta de nuevo… Uffffffff, este fin de semana me voy a esquiar,
grrrrrrrrrrrrr, ¡qué frío hará en las pistas! No sé si tengo ganas de esquiar a
siete grados bajo cero…
Hoy tengo un día largo por delante, pero me lo voy a
tomar con filosofía. Reunión de administración general, nueve horas seguidas en
la oficina, papeles, facturas, asientos… ¡No me puedo quejar! ¡No me falta el
trabajo! Aunque a veces me encantaría irme al Caribe a vivir y pasarme le día
bajo la sombra de un cocotero escribiendo en mi portátil…
Las clases de baile de las tardes son mi escape al
estrés. Pasarme una hora contando tiempos de ocho mientras memorizo los pasos
es una fantástica manera de desconectar. Es como si mi cabeza se alejara de la
realidad, de los mundos paralelos, de los agobios, del trabajo, de las novelas…
Y solo pensara en la música, en la coreografía, en bailar.
A veces, cuando el profesor pone canciones que me sé
de memoria, canto al son de la tonada. Muchas de esas ocasiones me pierdo algún
paso porque estoy más atenta a la letra de la canción que a mis movimientos
corporales. Entonces río con ganas, con ilusión, con frescura…
Es importante encontrar actividades que nos ayuden a sonreír
y a destensar los agobios diarios, ¿no creéis? También me gusta cocinar,
charlar con las amigas, pasear, mirar tiendas, navegar por Internet… ¡hay
tantas cosas que no me quiero perder!
Ayer terminé un capítulo de LME sin demasiada
inspiración. Es que ser madre tiene sus obligaciones… Llegué a casa, abrí el
portátil, busqué una página de música Online, puse baladas y empecé a escuchar
una de las canciones que me ayudan a escribir (sí, ya lo sé, siempre son las
mismas). Entonces vino el fatídico: «¡mami!», y me tocó ayudar a mi hija con
los deberes, cosa que hice con ilusión, es importante estar ahí cuando te
necesitan. Luego me puse a hacer la cena, la comida de hoy, cené y me metí en
la cama dispuesta a otro asalto con el capítulo. Pero entonces vino mi marido,
puso la tele y, aunque me calcé unos cascos en las orejas y puse la música a
todo volumen, mi cabeza se negó a escribir más que algunas frases.
Y digo yo, ¿no debería aislarme en un sitio tranquilo
para terminar de escribir? Eso es lo que sale en las películas… La verdad es
que cuando consigo un instante de soledad las palabras salen solas. ¡Cómo añoro
el verano en el que escribí La Baraja! Sola durante cinco horas en mi casa de
la montaña mientras los niños se divertían en el casal, sin ruidos, sin
agobios, sin obligaciones más allá de la novela… Por la tarde nos íbamos a la
piscina y allí leía dos horas tumbada en una hamaca y a las siete me sentaba en
el jardín a continuar con la narración, o nos íbamos al río de Llívia, donde me
estiraba en la ribera con el portátil mientras los niños buscaban ranas en el
agua… ¡Maravilloso!
Toca volver al presente… ¡Me voy a la ducha y a la
oficina! ¡Feliz día! J
Feliz día.
ResponderEliminarSupongo que sería lo ideal encontrar ese momento/espacio para escribir... pero es lo que toca :-)
Pues sí, eso sería lo más... :-)
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