Un sábado en Matemale
¡Buenos días! Tras un relajante fin de semana en la
montaña hoy me reincorporo al trabajo. Ufff, creo que me va a costar muchísimo
recuperar el ritmo atacado de la oficina. Sigo con la calma de la naturaleza,
imbuida por el silencio hipnótico que envuelve mi casa…
A veces las cosas no salen como una espera. Antes
me desesperaba cuando así era, me frustraba y pensaba únicamente en la parte
negativa, ahora empiezo a ver la luz. Si no consigo lo anhelado me quedo
únicamente con lo bueno, sin perder esa inmensa sonrisa de felicidad.
Y es que la vida es más interesante que marcarse
metas imposibles y conseguirlas. Se debe mirar siempre lo bonito del camino, la
serenidad de avanzar hacia un lugar diferente al imaginado y no perder nunca la
positividad.
El sábado fuimos ocho adultos y cinco niños a
pasar el día a Matemale, un precioso lago bajo Les Angles. El lugar es idílico
en esta época, con zonas preparadas para pic-nic y barbacoa, cantidad de
deportes acuáticos preparados para los intrépidos y un montón de juegos para
niños.
Por la mañana nos despertamos temprano. Irene sigue
en su maravillosa estancia en Estados Unidos, con una familia que la trata con muchísimo
amor. Álex estaba en Barcelona, tutelado por mis padres y con un montón de
momentos intensos para su edad.
El día no era demasiado bonito, las nubes se empeñaban
en tapar el sol, pero hacía muchísimo calor. Nos subimos al coche, compramos varias
bandejas de carne, bebidas, snaks, pan… Y recogimos a nuestros amigos. Somos un
grupo cohesionado, nos conocemos desde la universidad y solemos vernos una o
dos veces al año.
Una vez en el lago aparcamos junto a las
barbacoas. Mientras mi marido y uno de los chicos preparaban la brasa el resto
nos fuimos a dar una vuelta cerca del agua. Caminamos, charlamos, acompañamos a
los pequeños a visitar los caballos…
Al principio el viento nos agobió un poco, pero a
medida que avanzaba la mañana el sol se ocupó de acompañarnos y la brisa quedó
flojita, con una fresca sensación al acariciarnos.
Pasamos siete horas sin Internet, sin agobios, sin
realidades. Comimos una bandeja inmensa de costillas de cordero, butifarra,
panceta, pinchos… Preparé una ensalada, pan tostado con tomate y traje patatas
chips. ¡Mmmmm!
Por la tarde nos sentamos en un bar a la vera de
la sombra, con vistas al lago y un café entre las manos, observando a los niños
mientras se bañaban…
Al regresar a casa el 3G nos llenó el móvil de
mensajes, pero ninguno me importó, ya no me siento agobiada ni triste ni
frustrada. Hay que buscar la felicidad en cada pequeña cosa y ahora mismo es lo
que hago.
¡Feliz día! J
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