Diseccionando mi inspiración
¡Buenos
y helados días!!! ¡A ver si este frío glacial decide irse de una vez con la música
a otra parte! Es que me encantaría salir a tomar el sol un poquito…
Ayer
fue un día intenso, uno de esos en los que la inspiración se apodera de mi cabeza
y es muy difícil sacarla de ahí. ¡Escribí seis capítulos sin detenerme! Abrí el
ordenador a las nueve y media de la mañana y lo cerré a las siete de la tarde
con un dolor de cabeza brutal.
Me
recordó a los días en los que escribía La Baraja en La Cerdaña, a aquella
intensidad de escritura que no podía detener, a aquellas cosquillas que invadían
mi estómago y no me dejaban respirar hasta que las tramas tomaban forma en el
papel, a las pocas horas de sueño en las que mi cabeza no paraba de dar vueltas
a las historias entrecruzadas, descubriendo pequeños fallos que subsanar.
Desde
luego este último año llegué a pensar que había perdido esa capacidad innata,
que sólo podía trabajar así una vez en la vida y que nunca más iba a hilvanar
algo como La Baraja, pero por suerte me equivocaba.
No
soy mujer de ir lenta y sosegada, normalmente juego a todo o nada, así que la
escritura se convierte en un todo. Quizás mi manera caótica, y a la vez
ordenada de escribir, utilizando mi cabeza como la fuente que realiza los
esquemas pertinentes y se pasa las horas repasando una y otra vez las tramas en
busca de cabos sueltos, me hace perder el norte algunas veces y no ser
consciente de la realidad que me envuelve. Pero si no soy capaz de emocionarme
con la novela, de sentir su corazón, su alma dentro de mí, los personajes no
crecen y la historia se marchita.
Mi
impulso es conectar con el mundo paralelo donde reside mi imaginación, construir
un puente imaginario que cruza de un lado a otro y permitirle a mi cabeza vivir
a caballo entre ambos mundos. ¡Claro que entonces dejo de dormir, de pensar en
lo que me rodea y de tocar de pies al suelo!
Esa
intensa emoción que me invade cunado conecto con la esencia de la novela y la
veo crecer ante mis ojos me produce una necesidad extrema de pulsar teclas sin
freno, es como si la inspiración se condensara en una nube de ansiedad que me
impulsa a escribir sin pausa, a crear, a sentir, a expulsar esas escenas que se
proyectan una y otra vez en mi interior y caminan solas hacia el final que había
pensado desde un inicio.
Escribir
una saga, tal como estoy haciendo ahora, con novelas que deben estar estrechamente
relacionadas entre sí, con tantas y tantas subtramas abiertas que deben ir
resolviéndose en el transcurso de las tres novelas que me quedan por escribir,
está siendo una experiencia increíble. Mi cabeza va encajando las piezas dispersas
como si estuviera ordenando un puzzle gigante que no cabe en una sola mesa. Hay
piezas que están ahí, flotando, esperando, aguardando para encontrar su lugar, otras
tienen un destino claro en el tablero y las otras aparecen como por arte de
magia y se colocan ellas solas.
He
tenido muchos momentos en mi vida en los que he deseado deshacerme de esa
capacidad de analizarlo todo, de crear sin casi pararme a pensar, de poseer ese
don que me desvela y no me deja respirar si no lo activo, ¡incluso he llegado a
pensar que era una maldición! ¡Y a querer ir a un psicólogo para que me lo
arrancara de mi cabeza y pudiera continuar con mi vida sin desear vivir de mis
libros!
Pero
la escritura es como una droga de la que no me puedo desenganchar, cuando las
historias quieren salir no las puedo detener y han de plasmarse. Y sí, quizás
no sea una gran literata, quizás mi estilo sea más pobre, quizás debería
escuchar a todo el mundo cuando me dice: para y corrige, pero yo no sé ponerme
en modo On y de repente en Off. ¡Necesito continuar cuando empiezo! ¡Y acabar
cuando mi cabeza me lo exige!
Y
entonces, cuando la historia está acabada y todo encuentra su lugar puedo
empezar la corrección, con toda la trama en la cabeza, analizando cada párrafo,
cada escena, cada instante, activando mi radar interno para detectar fallos,
incoherencias o ausencias….
¡Pasad
un gran día!
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