¡Qué pena!!!!
¡Buenas tardes! Tras la experiencia de ayer ya sé que la única manera de
colgar el post aquí en la montaña es esperar a que mi familia regrese de las
pistas de esquí, comamos, descansemos ante la chimenea y mi marido me lleve en
coche a un sitio con cobertura. ¡Así puedo toquetear la pantalla mientras el
ronroneo de la calefacción me ayuda a combatir el frío!
El tiempo pasa volando,
las experiencias se acumulan en nuestro baúl de los recuerdos para componer un
bagaje emocional que nos acompaña siempre. A veces es un equipaje pesado y
difícil de arrastrar, otras se convierte en un peso pluma que nos hace sonreír
y nos llena de felicidad.
Ayer finalmente se cerró
para siempre la tienda de mis padres, una tienda que me vio crecer, que ha
permanecido inalterable desde que tengo uso de razón. Me siento conmovida,
triste, un tanto extraña y con la nostalgia apresándome. Y sí, la nostalgia
está hecha de nuestras propias emociones, si echamos algo de menos y llenamos
esa ausencia con sentimientos intensos recreamos un mundo lleno de ideales
quiméricos que normalmente se apartan mucho de la realidad que vivimos. Pero el
ser humano tiende a recordar lo bueno y a rebajar lo doloroso, de manera que
cuando invocamos el pasado sólo vemos lo que nuestro subconsciente nos quiere
mostrar.
Para mí esa tienda
significa toda una vida, la de mis padres. Y también muchos años de mi vida
laboral, unos años intensos, maravillosos y en algunos momentos un tanto
tensos.
Cuando acabé la carrera de
empresariales, con mi flamante título bajo el brazo, empecé a trabajar en la
empresa de mis padres. En aquel entonces habían abierto seis tiendas en
Barcelona y había un montón de trabajo por hacer.
Empecé cara el público,
atendiendo a las señoras que deseaban vestirse. Fueron unos principios muy
duros, la verdad, mi carácter no era demasiado apropiado para esa labor y
necesité una gran dosis de aprendizaje para dulcificar mi manera de hablar, no
ser tan directa y decir la verdad sin ofender. Creo que esa etapa de mi vida
fue maravillosa y muy educativa, porque logré ser mejor persona y mejorar
increíblemente mi manera de actuar, de pensar y de ser. Pasarse siete horas
diarias, de lunes a sábado, tratando con todo tipo de personas te acaba
proporcionando un cúmulo de enseñanzas que te moldean bajo un cariz distinto al
que tenías hasta la fecha.
Los dos primeros años
fueron intensos. Mientras atendía y aprendía también montaba el piso que mi
entonces novio y yo nos habíamos comprado, estudiaba un Máster por las noches y
preparaba la boda. ¡Siempre he sido mujer de hacer muchas cosas a la vez!
Y cuando ya estaba casada,
había conseguido mi nuevo título y había aprendido muchísimo del mundo de la
moda, vino una propuesta interesante: ¡mi padre me pidió que le llevara las
cuentas de la empresa! Siempre se me dieron bien los números, para qué negarlo,
aunque en mis años de carrera universitaria jamás pensé en dedicarme a la
contabilidad.
Esa nueva faceta, en la
que compaginaba las horas de tienda con mis labores contables, administrativas
y fiscales, también me proporcionaó un bagaje increíble. Me encontré de la
noche a la mañana con una inmensa responsabilidad, sin casi experiencia y el
deseo intrínseco de no fallarle a mi padre. Y fui aprendiendo a base de
perseverancia, algún que otro golpe y mucho, mucho tesón. Todavía recuerdo la
primera vez que me senté ante un impreso del IVA y lo rellené. Uffff, me
sudaban las manos aferrando el bolígrafo, porque entonces no existía la
presentación telemática y todo se hacía en papel. ¡Ni os imagináis las colas
que había hecho en hacienda! Pero acabé aprendiendo todo el ciclo contable,
todas las obligaciones fiscales y mercantiles,…. ¡Y eso me proporcionó una
profesión!
También debo agradecer a
las tiendas de mis padres mis principios en la escritura. Cuando un día me
senté frente al ordenador para lanzarme a conseguir mi sueño llevaba un par de
años llevando una de las tiendas por las mañanas y los números por las tardes.
Mis horas de atención al público eran en soledad y cuando no hacía un escaparate
u ordenaba o atendía me había acostumbrado a leer, a estudiar ortografía y
gramática y a soñar. Por eso cuando me compré mi primer portátil, uno grande y
pesado, me iba a la tienda cada mañana con él, desperdigaba por la mesa mis
libros de consulta, mi diccionario de sinónimos y antónimos, mis libretas,… ¡Y
entre clienta y clienta escribía!
Pero los años no pasan en
balde. Yo decidí dejar la atención al público y centrarme en los números, mi
hermana en su carrera de investigadora, ¡por algo estudió biología!, y mis
padres, ante la realidad actual, y llegando a su jubilación, han decidido
cerrar. ¡Qué pena!
¡Os deseo un gran día!
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