Nunca es tarde para ser feliz
¡Buenos días!
Gris, apático, triste y lluvioso sábado. Me dan ganas de quedarme en la cama
hasta bien entrada la tarde, con la manta arrebujada hasta el pecho y el
ordenador a pleno rendimientos, con la mente varada en mis mundos paralelos, sintiendo
la vida de los personajes vibrar en mi interior, dando un toque de luz al día,
pintando de colores mis esperanzas…
El tiempo
corre a una velocidad distinta que los sentimientos, a veces nos alcanza para
decir te quiero, para vivir un amor, un fracaso, una ruptura; otras nos faltan
minutos para digerir las circunstancias y enfrentarnos a sueños rotos, a
esperanzas marchitas, a la ausencia de acontecimientos que esperamos dese niños
y que nos son vedados por el destino.
¡Cuántas
horas desperdiciadas de nuestra vida se pierden en lamentos! ¡Cuántas dedicadas
a llorar, angustiarse y desear lo que no se tiene!
Demasiadas.
“Nunca es
tarde para cambiar de vida”, me decía mi abuela cunado yo era apenas una niña
cargada de complejos, sueños y quimeras. “Si algún día te arrepientes del
camino escogido, virar el rumbo está en tus manos”.
Recuerdo que
la miraba con admiración, era una mujer fuerte, resuelta, luchadora. Con ella
viví momentos maravillosos y le confesé algunos de mis desvelos, aunque debo
reconocer que de pequeña ocultaba muy bien mis verdaderos sentimientos.
Soñadora,
idealista, extraña… No fui una niña común y pagué con creces mi impulsividad,
mi imaginación y mis ansias de gustar a todo el mundo. Quizás esa realidad fue
la que conformó mi ahora, la que me impulsó a cometer errores, a cambiar cuando
era necesario, a perseverar y a luchar siempre por mis ideales… O quizás sólo
fue mala suerte. ¡Quién sabe!
La realidad,
la que ahora clarea a mi alrededor, es que los años de niñez fueron agridulces,
tristes muchas veces y felices muchas otras. Cuando intento dar una razón a
algún momento del pasado no encuentro motivos para entender mi necesidad de evadirme
en un mundo inventado, en dar forma a Ónixon, en sentirme parte de algo
imaginario.
Mi roca de
Calella, la que le cedí a Marta Noguera en El Secreto de las Cuartetas, era mi
refugio ideal, el lugar donde moraban las esperanzas, donde mis deseos se
hacían realidad y la maldita dislexia no me impedía escribir, contar, relatar…
Nunca quise ser solitaria ni esconder mis desvelos con la pluma ni ocultarle al
mundo mi pasión por crear mundos paralelos, pero en ese instante no podía abrirme,
soltarme ni creer en mí.
Crecí
vapuleada por las circunstancias y muchas veces erré el camino sin ser
consciente de las consecuencias. Por suerte la fortaleza era una de mis
cualidades. Avancé por una senda que serpenteaba hacia un horizonte nítido,
alegre, feliz. Y di vueltas, retrocedí cuando encontraba el camino cortado y
sorteé los escollos hasta alcanzar una estabilidad, un nuevo rumbo una nueva
luz que alumbraba mi fe.
Ayer decía
que nunca alcanzaría la meta, hoy afirmo que todo lo que tengo me basta para
ser feliz y sentirme realizada, que todo el pasado quedó atrás, que disfruto de
cada segundo y deshojo la vida de los fracasos y los malos momentos, que
encuentro una razón para sonreír en cada instante y que tengo una vida plena,
una afición maravillosa, una familia espléndida y un presente cargado de
emociones.
¿Se puede
pedir más?
Sueño, creo,
amo y vivo. Un instante feliz equivale a muchas sonrisas, un “te quiero” puede
significar largos años de estabilidad, un “me gusta” abarca ilusiones, risas,
alegrías, un “tú puedes” contiene la fuerza necesaria para salir a flote cuando
el peso te arrastra hacia las profundidades y un “vale la pena” es el grito de
guerra al que aferrarse cuando todo tu mundo se vuelve oscuro y sientes que
estás parado en un túnel sin salida…
Así que os
quiero, me gusta mi vida, yo puedo sonreír cada día y vale la pena continuar
escribiendo.
¡Feliz día!
:-) Un muy feliz sábado :-)
ResponderEliminar¡Igualmente!!! :-)
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