Nunca es tarde para ser feliz

10:01 Pat Casalà 2 Comments


¡Buenos días! Gris, apático, triste y lluvioso sábado. Me dan ganas de quedarme en la cama hasta bien entrada la tarde, con la manta arrebujada hasta el pecho y el ordenador a pleno rendimientos, con la mente varada en mis mundos paralelos, sintiendo la vida de los personajes vibrar en mi interior, dando un toque de luz al día, pintando de colores mis esperanzas…
El tiempo corre a una velocidad distinta que los sentimientos, a veces nos alcanza para decir te quiero, para vivir un amor, un fracaso, una ruptura; otras nos faltan minutos para digerir las circunstancias y enfrentarnos a sueños rotos, a esperanzas marchitas, a la ausencia de acontecimientos que esperamos dese niños y que nos son vedados por el destino.
¡Cuántas horas desperdiciadas de nuestra vida se pierden en lamentos! ¡Cuántas dedicadas a llorar, angustiarse y desear lo que no se tiene!  
Demasiadas.
“Nunca es tarde para cambiar de vida”, me decía mi abuela cunado yo era apenas una niña cargada de complejos, sueños y quimeras. “Si algún día te arrepientes del camino escogido, virar el rumbo está en tus manos”.
Recuerdo que la miraba con admiración, era una mujer fuerte, resuelta, luchadora. Con ella viví momentos maravillosos y le confesé algunos de mis desvelos, aunque debo reconocer que de pequeña ocultaba muy bien mis verdaderos sentimientos.
Soñadora, idealista, extraña… No fui una niña común y pagué con creces mi impulsividad, mi imaginación y mis ansias de gustar a todo el mundo. Quizás esa realidad fue la que conformó mi ahora, la que me impulsó a cometer errores, a cambiar cuando era necesario, a perseverar y a luchar siempre por mis ideales… O quizás sólo fue mala suerte. ¡Quién sabe!
La realidad, la que ahora clarea a mi alrededor, es que los años de niñez fueron agridulces, tristes muchas veces y felices muchas otras. Cuando intento dar una razón a algún momento del pasado no encuentro motivos para entender mi necesidad de evadirme en un mundo inventado, en dar forma a Ónixon, en sentirme parte de algo imaginario.
Mi roca de Calella, la que le cedí a Marta Noguera en El Secreto de las Cuartetas, era mi refugio ideal, el lugar donde moraban las esperanzas, donde mis deseos se hacían realidad y la maldita dislexia no me impedía escribir, contar, relatar… Nunca quise ser solitaria ni esconder mis desvelos con la pluma ni ocultarle al mundo mi pasión por crear mundos paralelos, pero en ese instante no podía abrirme, soltarme ni creer en mí.
Crecí vapuleada por las circunstancias y muchas veces erré el camino sin ser consciente de las consecuencias. Por suerte la fortaleza era una de mis cualidades. Avancé por una senda que serpenteaba hacia un horizonte nítido, alegre, feliz. Y di vueltas, retrocedí cuando encontraba el camino cortado y sorteé los escollos hasta alcanzar una estabilidad, un nuevo rumbo una nueva luz que alumbraba mi fe.
Ayer decía que nunca alcanzaría la meta, hoy afirmo que todo lo que tengo me basta para ser feliz y sentirme realizada, que todo el pasado quedó atrás, que disfruto de cada segundo y deshojo la vida de los fracasos y los malos momentos, que encuentro una razón para sonreír en cada instante y que tengo una vida plena, una afición maravillosa, una familia espléndida y un presente cargado de emociones.
¿Se puede pedir más?
Sueño, creo, amo y vivo. Un instante feliz equivale a muchas sonrisas, un “te quiero” puede significar largos años de estabilidad, un “me gusta” abarca ilusiones, risas, alegrías, un “tú puedes” contiene la fuerza necesaria para salir a flote cuando el peso te arrastra hacia las profundidades y un “vale la pena” es el grito de guerra al que aferrarse cuando todo tu mundo se vuelve oscuro y sientes que estás parado en un túnel sin salida…
Así que os quiero, me gusta mi vida, yo puedo sonreír cada día y vale la pena continuar escribiendo.
¡Feliz día! 

You Might Also Like

2 comentarios: