Idealismo, recuerdos e ilusiones
¡Buenos días
desde las montañas! ¡Qué frío hace! Estoy sentada en mi sillón, vestida con mi
pijama de invierno, un jersey de lana, una manta de algodón y una bufanda de mi
marido que he encontrado en uno de los colgadores de la entrada… ¡Y tengo las
manos heladas! ¡Me encantaría encender la chimenea! Aunque mi familia me podría
tachar de exagerada…
Respiro armonía,
tranquilidad y sosiego. Todos duermen en sus camas, apenas se escucha otro
sonido que el de las teclas y el silencio sacro que exhala esta casa, un
silencio que me llena de paz. Tengo la nariz roja y congelada, una sonrisa en
la cara y una sensación intensa de felicidad. ¡Me encanta estar aquí!
Ayer publiqué La
Luna de Ónixon en Amazon a un precio irrisorio (0,93€), ¡un café vale más que
una descarga! No sé qué le depara el futuro ni tampoco puedo profetizar qué me
depara a mí personalmente. Ya no soy aquella niña que se dormía cada noche con
las emociones pegadas a su piel, con la ilusoria decisión de dedicar su vida a
plasmar los mundos paralelos con los que se enfrentaba en cada paso de su
existencia, de dar a conocer esa otra dimensión imaginaria en la que vagaba
durante horas para evadirse de la realidad que se cimentaba a su alrededor.
Ahora, a la luz
de la madurez que me confieren mis cuarenta años, descubro que las metas
trazadas a veces no se alcanzan, se diluyen en otras distintas, en momentos
plenos, en un horizonte cambiante que se dibuja con el avance del tiempo. Y
respiro con tranquilidad, con la ilusión de reconocer la vida perfecta que
tengo y la emoción que me produce cada pequeño paso en mi carrera literaria.
Ónixon era algo
tangible para mí de pequeña, un refugio donde me sentía segura y a salvo, un
lugar imaginario donde las angustias y las inseguridades que trazaba mi
imaginación se desvanecían y me aislaban de la realidad, una realidad que mi
naturaleza creativa desdibujaba.
Escribí esta
historia en pocos meses, permití que mi idealismo llenara unas páginas con mis
recuerdos, que Laura y Tomás sintieran aquel nexo indestructible que llenaba mis
sueños infantiles, aquel amor que surcaba distancias, que derribaba muros, que
desafiaba a las leyes de la lógica. Y mezclé esos sentimientos, que me
embargaban de niña hasta el punto de hacerme llorar por algo que no era real,
con Ónixon, con mis miradas al cielo, con mis mundos azules, con mi yo volátil.
¡Qué agradable
sensación experimentaba de pequeña cuando cerraba los ojos y volaba sobre el
océano! Laura también siente esa paz, esa alegría, esas cosquillas en el
abdomen… ¡Había algo mágico en mi Ónixon! ¡Algo genuino e idílico!
Hace años, cuando
entregué el primer manuscrito para que me lo valoraran y leí más tarde el
informe de lectura, me sorprendió encontrar una frase: “la autora tiene
demasiada fe en la raza humana”. Al revisar esa primera versión de la novela,
de la que ahora sólo queda el esqueleto, intenté cambiar mi punto de vista,
modificar el ideal que subyace de sus páginas, cambiar el final, pero fui
incapaz, porque esta historia la idee así, es parte de algo tan mío que no
puedo modificar, es una quimera que postulé en la niñez, una que nunca va a
cambiar.
Recordar mis
devaneos infantiles con Ónixon me lleva inexorablemente a los momentos de
angustia, de frustración, de rabia y desespero. La adolescencia marcó un punto
de inflexión en mi vida, uno que llevó a todos los escritos acerca de Ónixon a
una hoguera de San Juan y castró mi verdadera vocación, una vocación que
únicamente compartí con algunas de mis profesoras, quienes me indicaron con
seriedad que yo jamás podría escribir una novela, que tenía una dificultad
enorme con la lecto-escritura y que mi camino eran las matemáticas.
Tras años de
lucha en el colegio, leyendo a todas horas, practicando infatigablemente, con
la ilusión inquebrantable de presentar mis cuentos al concurso de San Jordi de
la escuela y la constante decepción de que las maestras me vetaban esa
posibilidad, escuchando siempre que no era capaz de escribir, llegó un punto en
el que desistí, en el que tiré todos mis cuadernos plagados de faltas a la
hoguera y miré cómo ardían con las lágrimas resbalando por mi cara enjuta,
llena de rabia, de frustración y de tristeza.
Mis sueños
infantiles eran tres: casarme joven, tener un niño primero y una niña después y
publicar mis novelas con éxito, ver la cola de personas que querían que les
firmara un ejemplar, sentir una emoción intensa al descubrir a todos mis amigos
de infancia, agradecerle infinitamente a mi descubridora su trabajo…
Cuando mi niña
cumplió un año de edad y yo me acercaba a los treinta cumplí mis dos primeros sueños
y me sentía vacía, sin un futuro, sin una meta… Y resurgió mi vocación como un
Ave Fénix que resurge e sus propias cenizas. Me senté a escribir a escondidas,
sin compartirlo con nadie, permitiendo que Ónixon cobrara vida de nuevo, que
fuera mi refugio otra vez, que despertara mis ideales, mis ilusiones, mis
anhelos…
¡Hasta mañana!
¡Feliz día!
Cuando los sueños no se cumplen, se construyen sueños nuevos :) pero nunca hay que dejar de tener ilusión por algo, se consiga o no.
ResponderEliminarEspero que todo vaya genial :) ¡Un besito!
Gracias guapa!!! Yo también creo que los sueños se reedifican con el tiempo... Besos!!!
EliminarEres de las pocas personas privilegiadas a las que se les ha cumplido gran parte de sus sueños. tienes una precioso matrimonio, tienes una niña y tienes dos novelas publicadas. Ellas también son como hijas nuestras, nunca podremos mirarlas con pasividad ni objetividad, pero son nuestra creación y por eso tenemos el deber de velar por ellas. Revisarlas, releerlas, mejorarlas, y no creer en todas las cosas lindas que nos digan porque estaremos cerrando oportunidades de mejorar. He leído El secreto de las cuartetas y me ha parecido una historia desbordante de imaginación, espero leer esta otra tuya, Onixon para enterarme de primera mano de tus sueños de niña.
ResponderEliminarUn beso, preciosa,
Blanca
Gracias Blanca!!! La verdad es que gracias a tus palabras me atreví a iniciar esta aventura... Y estoy feliz con el resultado!!!
EliminarBesossss