Cerrar un capítulo
¡Buenos días! Esta semana mi
trabajo es intenso, tengo dos personas nuevas en mi departamento y las he de
enseñar para que tarde o temprano vuelen solas. A veces cuesta muchísimo invertir
parte de tu estresado tiempo en instruir a los demás, pero a la larga siempre
es beneficioso.
Este fin de semana mi marido y yo
hicimos limpieza en el despacho de casa, buscábamos unos papeles importantes y
nos fue genial para tirar mil documentos marchitos de otro tiempo. Encontré mi
lista de bodas, la distribución de las mesas, las facturas de las obras que
hicimos en casa…
Enterrados en un lugar mágico
aparecieron los dos contratos que tanto me alegraron en el pasado: el de
representación de Antonia Kerrigan, su rescisión de contrato y el de Lola
Gulias and Co. Agencia Literaria. Recuerdo con intensa emoción el día en el que
mi marido me trajo el primero a la Cerdanya, para celebrarlo me regaló un reloj…
En ese entonces esa firma
significaba un gran avance en mi vida literaria, pensaba que de la mano de una
agencia tan importante iba a lograr en poco tiempo mis sueños.
Los años sumaron con infructuosas
noticias, no había comunicación con la agencia y apenas conseguía arañar un
instante de tiempo a sus ocupadas trabajadoras. En pocos meses las esperanzas
levantadas a base de tesón se derrumbaron con una estrepitosa decepción que me
abocó a la ansiedad de la espera, con la sensación de que nunca llegaba ese
momento glorioso.
Cinco años después la persona que
me llevaba en Kerrigan decidió montar su propia agencia y me ofreció que me
fuera con ella. Y lo hice, a pesar de la falta de comunicación de los años
anteriores, de las ausencias y de las angustias, decidí que habíamos construido
una buena relación a base de comidas compartidas e instantes.
Lo cierto es que durante el año
que duró la agencia las cosas cambiaron, la comunicación fue fluida, agradable
y con tintes más cercanos. Pero llegó un final no esperado, Lola en octubre
decidió cerrar sus puertas y aceptar un puesto como editora de ficción en
Planeta y yo me quedé sola, sin una persona que se ocupara de llevar mi
trabajo.
Me sorprendí a mí misma cuando
descubrí que el paso de los días no me abocaban a una ansiedad sin límites,
envié ms novelas a algunas editoriales, y propuestas a agencias, y no esperé,
simplemente me dediqué a trabajar en lo que me da un sueldo mensual, a escribir
nuevas novelas y a no soñar con imposibles.
El domingo, cuando encontré los
sobres, los guardé. Mi marido me instaba a destruirlos, no valían para nada.
Pero en ese momento me negué, no estaba preparada para deshacerme de ese
pedacito de mi pasado. Ayer por la tarde finalmente los rompí en mil pedazos y
los tiré a la basura, tras releerlos con emociones encontradas, recordar un periplo
y cerrar un capítulo.
¡Feliz día! J
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