¡Zarpamos de Venecia!!!!!
¡Buenos días! Sentada en mi sillón de la casa de
Estavar contemplo el sol escalando posiciones en un cielo azulado que anuncia
otro día de calor en las montañas. ¡Cómo añoraba explicar mis vivencias en el
ordenador! Ahora tengo tantas crónicas pendientes que me cuesta centrarme en
una sola para llenar un único folio al día…
Ayer fue una jornada maravillosa. Cargamos las
bicis en el coche, nos fuimos al impresionante lago de Matemale y allí
pedaleamos durante una hora alrededor de la laguna por unos caminos de BTT,
planos y fáciles para que mi cuádriceps se mantenga musculado y mi rodilla no
sufra con subidas y bajadas. ¡Y para comer barbacoa! ¡Y por la tarde compras en
Puigcerdà! ¡Un día redondo!
¡Habíamos dejado el crucero en nuestra llegada a
Venecia! El madrugón pesaba lo suyo mientras caminábamos por las callejas
atestadas de turistas de la mítica ciudad de los canales. Hacía un calor
infernal, mis tripas rugían furiosas por la falta de alimento y mis pies se
quejaban de las sandalias de cuña que les calcé para el avión, pero la
majestuosidad de la Plaza San Marcos, las elegantes tiendas de primeras marcas
italianas, los puentes, las góndolas y los canales me ayudaron a relegar las incomodidades
y a seguir adelante, deleitándome con las novedades, saboreando cada instante…
Avanzamos por la red de calles que circulan por
Venecia hasta encontrar un café para saciar nuestro apetito. El reloj tocaba
las doce en punto cuando nos sentamos en una mesa larga para ordenar un desayuno
en toda regla. ¡Qué difícil es mover a un grupo de trece personas! ¡Imaginaros
a cinco adultos, dos jóvenes veinteañeros, tres adolescentes y tres
pre-adolescentes intentando poner orden a la hora de pedir! Acabamos enumerando
cada posibilidad y levantando las manos. Yo me pedí un cappuccino y un trozo de
tarta de chocolate. Mmmmm, ¡Qué bueno!
Veinte minutos después retomamos la marcha. Me
encantó la pincelada que percibí de esta romántica ciudad… Descubrimos las góndolas
navegando silenciosas por los canales con las hordas de turistas poblando su
interior, las vistas desde algunos de los puentes que encontramos en el camino,
los escaparates llenos de collares, pulseras, anillos y figuras realizadas
artesanalmente con el cristal de murano, el cristal de esos lares.
Mi suegra no puede caminar bien, así que iba en
una silla de ruedas que empujaban los nietos. En Barcelona yo estaba convencida
de que sería dificilísimo encontrar voluntarios para llevarla, así que mi
sorpresa fue mayúscula al descubrir cómo se peleaban entre ellos para ser el
porteador… ¡Jajajaja, qué sorpresas te deparan los niños! ¡Y qué difícil subir
puentes, transitar entre las multitudes y llevar la silla de ruedas en una
ciudad tan llena de gente!
A la una y media de mediodía volvimos sobre nuestros
pasos para coger el vaporetto de vuelta al puerto y embarcar en el Costa
Favolosa. Los trámites para subir a bordo son sencillos: una pequeña cola para
entregar los papeles que la agencia de viajes nos preparó, apuntarnos los
camarotes, presentar los pasaportes y recibir las instrucciones del personal de
Costa Cruceros.
Una pasarela de aluminio nos llevó a las entrañas
del inmenso barco donde pasamos la siguiente semana. Entramos por el puente 3,
justo por el piano bar donde algunas tardes nos sentamos a escuchar música
clásica en compañía de un cóctel y una sonrisa. La decoración es un poco
recargada, parecía un Titanic moderno…
Saludamos a Natalia, la relaciones públicas de
habla española, quien nos indicó el camino para llegar al camarote. No os voy a
engañar, yo, fiel a los recuerdos de la serie Vacaciones en el Mar, esperaba
encontrar al capitán… Subimos en un ascensor transparente hasta el puente ocho,
donde no tardamos en encontrar el camarote, con nuestro equipaje en su
interior, las tarjetas Costa sobre la cama y un sinfín de papeles que aparcamos
para más tarde. ¡El camarote era genial! Teníamos un pequeño balcón con dos
sillas y una mesita, una inmensa cama de matrimonio, un sofá, un escritorio,
una tele plana y un baño muy cómodo. Deshicimos las maletas y nos reunimos con
el resto de nuestro grupo para dar cuenta de nuestra primera comida a bordo en
el buffet de la novena planta.
Cuando regresamos al camarote tocaron la alarma que anunciaba el simulacro de emergencia previsto para todos los pasajeros que acababan de embarcar. ¡Qué agobio! Nos pusimos los chalecos salvavidas y caminamos escaleras abajo hasta el puente tres, donde salimos a la plataforma exterior para situarnos en filas ordenadas según las instrucciones ante los botes salvavidas. Allí de pie, quietos, los altavoces reprodujeron en todos los idiomas el procedimiento a seguir en caso de algún accidente marino.
¡Mañana más! ¡Feliz día!
Jo que envidia >.< ¡Me alegro de que estés disfrutando de las vacaciones! A mi me queda poquito para hacerlo :)
ResponderEliminar¡Un besito!
¡Un beso para ti también!!! ¡Gracias por pasarte por aquí!!!
Eliminar¡Qué bueno, Pat! Me encanta la actitud de los menores con los mayores, la buena disposición. ¡Venecia! Un poquito más... y llegáis hasta la "Isla de Nam". Ja, ja, ja.
ResponderEliminarCrucé el océano Atlántico un par de veces en barco y esa parte del simulacro de emergencia suele ser difícil. Pero veo a tu esposo en la foto preparado y dispuesto para saltar al agua si hiciera falta.
¡Hermosa foto!
Un abrazo.
¡Sí! Navegamos muy cerca de tu isla... Y mi marido se tomó un poco a guasa el simulacro... Jajajaja. ¡Besos Pilar!
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