¡Día de navegación!
¡Buenos días! Ayer fue un día tranquilo en las
montañas, sin incidentes destacables. Fuimos a pasar la mañana a la piscina de
Err, un espacio lúdico-acuático con un tobogán y varias piscinas climatizadas
donde los niños se lo pasan en grande con sus amigos. A estas alturas del
verano, y con el insólito calor que asola estos parajes, el recinto está tan
atestado de gente que conseguir una hamaca es todo un arte, el de la paciencia.
Hoy nos toca ir al río a hacer un picnic familiar.
¡Seguro que será un gran día! Ya tengo ganas de pasear bajo los árboles,
bañarme en el agua helada y comer una de las mesas de madera que llenan el
espacio.
¡Vamos a seguir con el crucero! ¿Os parece?
Después de embarcar en Estambul estábamos muy
cansados por la larga excusión bajo un sol abrasador y la carrera del último
momento para llegar a tiempo al barco, así que nos fuimos al camarote a
descansar durante una hora.
Desde el balcón de mi camarote vi la puesta del
sol desde el mar. Es algo mágico, un instante que vale la pena vivir una vez en
la vida. Apoyada en la barandilla, con mi marido al lado, respirando el salitre
que la brisa nos acercaba, descubrí cómo la esfera dorada que nos ofrece luz y
calor descendía hasta perderse tras el horizonte.
Luego nos arreglamos y bajamos al teatro donde nos
ofrecieron otro magnífico espectáculo. ¡Convirtieron el suelo en una pista de
patinaje sobre hielo! ¡Increíble!
La cena transcurrió amena, con conversaciones
alegres y, ¡cómo no!, actuación de los camareros. ¡Ahora me cuesta pasar una
noche sin diversión! Jajajajaja.
Como al día siguiente no teníamos que desembarcar
en ningún puerto, era una jornada entera de navegación, paseamos por el barco a
la luz de las estrellas, nos tomamos unas frutas bañadas con chocolate en la
chocolatería, ¡un manjar de los Dioses! ¡Buenísimo! Y escuchamos un poco de
música en vivo, viendo bailar a algunas parejas.
Por primera vez desde que pisamos el barco no
quedamos para desayunar en familia. Mi marido y yo nos despertamos tarde y subimos
a la cubierta 9 para tomar algo en el buffet. Como no encontramos demasiada
gente, comimos con tranquilidad, viendo el avance del barco en alta mar a
través de las vidrieras del restaurante.
Fue un día tranquilo y perfecto. Tras comprobar
que los niños estaban bien buscamos unas tumbonas en la piscina de popa, una en
la que los niños tienen prohibida la entrada. Fuimos allí con mi suegra y nos
bañamos con tranquilidad.
El resto de la mañana la pasé leyendo en mi
Kindle, estirada en la hamaca, bañándome a ratos. Comimos todos juntos a las
dos y media en el buffet, sin tantas aglomeraciones, y pasamos la tarde
paseando por las cubiertas, parándonos en los diversos bares donde se escuchaba
música en directo.
A la hora de merendar buscamos a los niños para ver
qué hacían, ¡llevaban todo el día de juerga! Nos llevamos a los pequeños al
buffet para que comieran algo y quedamos en el teatro para ver el espectáculo
pertinente.
Tras la cena fuimos a ver las esculturas de hielo
que los camareros prepararon para decorar el famoso buffet de las 00:00 que
nunca legamos a probar. Esa noche había baile latino y yo, deseosa de bailar,
intenté un chachachá, pero mi rodilla se resiste a funcionar con normalidad…
¡Feliz día!
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