En el río...
¡Buenos días! Hoy voy a hacer un alto en el relato
del crucero para darle un par de vueltas a mis últimos días en La Cerdaña. ¡Y
es que esta estancia en las montañas se tiñe constantemente de sucesos
inauditos!
Mi marido se fue a Barcelona el pasado domingo
para iniciar su rutina laboral tras una pausa de tres semanas. Este año hemos
coincidido sólo 16 días y nos hemos repartido las dos semanas restantes para
que los niños aprovecharan más las vacaciones. ¡Así que estos cinco días me
toca a mí quedarme en Estavar con ellos!
La perspectiva de pasar cinco días en soledad,
junto a mis hijos y mi ordenador, era alentadora. ¡En esta casa es donde más
escribo! La paz que exhalan las montañas alienta mi inspiración y me permite
desarrollar al máximo mi creatividad. Sin embargo este año parece que la
escritura queda relegada a un segundo término y que toda la ilusión de antaño
por aporrear las teclas del portátil se ha diluido en otros quehaceres. Aunque
corrijo novelas antiguas en los ratos libres…
Además, no estoy sola, mis padres han venido a
pasar unos días, así que no me importa aparcar la escritura un año, o dos o
para siempre… ¡El tiempo dirá! Estoy feliz con las ventas obtenidas de El
Secreto de las Cuartetas – Descifrando las Profecías de Nostradamus, aunque no
son la bomba ni baten ningún récord. Para mí publicarla en Amazon ha
significado un salto cualitativo hacia delante, uno que me ha permitido saber
que hay gente dispuesta a leerme…
Bueno, aparquemos mis absurdas elucubraciones y
vayamos al grano, ¿os parece? Quería explicaros una anécdota que nos sucedió
ayer por la mañana a mis hijos, a mis padres y a mí, en la ribera de un río de
La Tor de Querol, donde solemos ir a bañarnos y a disfrutar de la serenidad que
respira el paraje.
El murmullo anunciador de la corriente que mueve
el cauce del río es un bálsamo. El agua cristalina permite ver los guijarros
que alfombran la cuenca. Las montañas rodean ese lugar con su porte altivo,
mostrando varias tonalidades de verde y marrón diseminadas por toda su extensión.
Llegamos pronto, aparcamos antes de la zona donde
una señal de tráfico anuncia claramente que está prohibido avanzar más y
caminamos hasta una explanada de césped donde solemos extender las toallas bajo
la sombra de un pino.
En el lugar encontramos un matrimonio instalado a
unos metros de nosotros, dos muchachas caminando en bikini por el río y un par
de perros que jugueteaban en el agua. La presencia de los canes no nos molesta,
otras veces hemos asistido a sus baños y a sus juegos con los dueños y nos ha
arrancado una sonrisa, así que nos sentamos tranquilos, con una baraja de
cartas y la ilusión como compañera.
Pero esta vez los perros nos dieron la mañana. ¡Y
es que se pasearon impunes varias veces por nuestras toallas con las patas
mojadas y llenas de barro! ¡Y patearon mi ropa y mis gafas y la camiseta de mi
hijo Àlex! ¡Incluso se sacudieron el agua del baño sobre nosotros mientras
jugueteaban sin que sus dueñas les dijeran nada! ¡Ellas se estiraron a tomar el
sol a unos metros de distancia y ni miraban qué hacían sus perros!
A mí nunca me han incomodado los animales, aunque
he de admitir que la segunda vez que los perros patearon toda la toalla empecé
a indignarme. Y la tercera vez, cuando encima dejaron toda mi ropa llena de
pisadas de barro ya no aguanté más. ¡Es que no les decían nada! Encima mi hija
se metió en al agua acompañada de mi madre y uno de los canes se sacudió toda
el agua sobre ellas…
Total, que acabé pidiéndole a sus dueñas que los
vigilaran, explicándoles que se paseaban tranquilos por las toallas y la ropa y
que también chafaron mis gafas. Ellas, en vez de llamarlos y disculparse
empezaron a despotricar contra la gete de Barcelona, a llamarnos de todo, a decirnos
que el río era muy largo y que si sus perros nos molestaban que nos fuéramos,
que era normal que los perros pisaran nuestras toallas si las poníamos cerca
del río y que éramos unos maleducados.
Creo que todo el mundo tiene derecho a tener perros
y a dejarlos correr en libertad, ¡ellos lo agradecen! Pero se debe respetar al
prójimo… ¡Y vigilarlos! ¡Y sobre todo, educarlos! ¡La de veces que me he bañado
en esas aguas con perros y no he tenido ningún problema!
En fin… ¡A ver qué pasa hoy en el río! ¡Feliz día!
Qué interesante, Pat. A mí, lo digo sin ningún tapujo, no me gustan los perros. Es decir, me encantan los perros, los adoro, siempre y cuando se mantengan a una distancia mínima de mí de trescientos metros. Cuando esto no ocurre, el comentario invariable del dueño o dueña del perro es: no hace nada, si es muy cariñoso, solo quiere jugar. ¿Ah, sí? Pues yo tengo dos hijos preciosos, de 4 y 6 años, muy cariñosos y juguetones, ¿pero qué pasaría si se pusieran a pisarte las toallas con los pies sucios de barro? ¿O se te tiraran encima dándote lengüetazos en la cara? (a mí me lo hacen). Imagínate que yo te dijera, aunque seas una extraña a la que no he visto nunca: no, si no hacen nada, solo quieren jugar, si no quieres que te pisen la toalla vete a otro sitio, que el río es muy largo... Así que, como tú dices, que los vigilen y los eduquen, igual que a las madres se nos exige continuamente que vigilemos y eduquemos a nuestros hijos.
ResponderEliminar¡Comparto plenamente tu opinión! Y la verdad es que la mayoría de personas que tienen perro también... ¡A veces nos topamos con gente que carece de educación!
Eliminar¡Pasa un gran día!!!
Buenas!
ResponderEliminarO sea, que en vez de disculparse, la culpa es de los de la ciudad! Increíble!
Pobres perros, que tienen semejantes amos. En fin...
A disfrutar de los últimos días y pasa de malos rollos!
La verdad es que parece mentira, pero es o que hay...
Eliminar¡Voy a seguir tu consejo a rajatabla! ¡Disfrutaré de cada minuto que me queda!
BESOSSSSS
Uff, el tema de los perros y sus dueños... :-(
ResponderEliminarMe encantan los perros, incluso sus dueños, siempre y cuando, estos últimos, sean educados y conozcan -Y PRACTIQUEN- las mínimas normas de respeto y convivencia.
Por aquí, en la playa y en los jardines, ese tipo de situaciones son "el pan nuestro de cada día".
Pues no nos queda más remedio que aguantarnos, ¿no? Aunque siempre nos queda el derecho al pataleo... ¡Gente maleducada nos la encontramos en cualquier parte!
Eliminar¡Disfruta del mar y del sol!
¡BESOS!