El desembarco final

11:11 Pat Casalà 0 Comments


¡Buenos días! ¡Y FF a todos mis amigos twitteros! El lunes prometo ponerme las pilas y reiniciar mis buenos días diarios, aunque no sé a qué hora voy a colgar la entrada en el blog, en el despacho hacemos horario intensivo en agosto (de 7 a 15) y no creo que sea capaz de todo. ¡Prometo buscarle un hueco durante la tarde o el mediodía!
Los días en la montaña son proclives para transmitir paz, sosiego, claridad de mente… Cada mañana me conecto veinte minutos en un banco cerca del río de Estavar, frente a la carretera. El suave discurrir del agua en el cauce, los trinos de los pájaros, el olor a naturaleza… Todos los terapéuticos sentimientos que inspiran estos parajes me ayudan a ver las cosas desde otra perspectiva y a encontrar sentido a las decisiones tomadas.
 Hoy parece que las nubes se adueñarán del cielo, tapando al sol y permitiendo que las temperaturas bajen algunos grados. Es lo que toca a finales de agosto…
La última noche de crucero no estuvimos despiertos hasta tarde, nos pidieron que dejáramos el equipaje fuera de la cabina antes de la 01:00, así que nos pusimos el pijama pronto, acabamos de cerrar la maleta y nos aseguramos que los niños guardaran una muda para el día siguiente. ¡Según nos contó Natalia, la relaciones públicas española, más de uno ha bajado del barco en pijama!
Despertamos con el sonido del iPhone de mi marido, que nos hacía de despertador. La maleta ya no estaba en el pasillo y contábamos con un tiempo limitado para ducharnos, vestirnos y dejar el camarote antes de las 08:00, tal como nos pidieron el día anterior.
En el pasillo, ya vestidos y con el equipaje de mano, nos reunimos con la familia, llamamos a las puertas de los niños y les dimos prisa para subir todos juntos a desayunar.
Fue una mañana agitada en cuanto a actividades necesarias para abandonar el barco a tiempo, pero un poco triste al reconocer que el maravilloso viaje tocaba a su fin. ¡Nunca pensé que un crucero fuera tan ameno! ¡Y mucho menos que lo disfrutaría tanto!
Nuestro desembarco estaba previsto a las 10:15, así que nos dirigimos pronto a la cubierta 5, al Bar Palatino, donde cada mañana nos reuníamos con los organizadores de las excursiones, y esperamos pacientemente a que nos avisaran. Estábamos cansados, expectantes y algo nerviosos. Mi hijo se despidió de todos los amigos que hizo durante la travesía, se apuntó sus nombres y los perfiles de Facebook para no perder el contacto a pesar de que eran de diversos puntos de la geografía española. ¡Increíble las nuevas tecnologías! Cuando yo era pequeña estos amigos se perdían sin remedio…
Finalmente desembarcamos sin problemas. En la terminal de llegadas del Costa Favolosa encontramos nuestro equipaje, distribuimos las maletas y nos dirigimos a la salida. ¡A mi marido lo paró un agente de aduanas! Y mis hijos y yo lo acompañamos dentro de una habitación donde nos pidió los pasaportes y nos interrogó acerca de nuestras compras. ¡Que angustia! Quizás es su trabajo, pero nos intimidó con su tono irónico y frío. ¡Y eso que no teníamos nada ilegal!
Como nos quedaban casi cinco horas para que saliera el autocar que nos llevaría al aeropuerto Marco Polo, tomamos un vaporetto para visitar de nuevo Venecia. La Plaza San Marcos estaba atestada de turistas, las callejuelas eran una marea de gente que caminaba por la ciudad de los 1.000 puentes, los escaparates exhibían miles de objetos de cristal de Murano, el calor sofocante nos acosaba y las emociones de encontrarnos allí nos llenaban de alegría.
Callejeamos directos al puente de Rialto, buscando una ruta con pocos canales que travesar para evitar subir y bajar la silla de ruedas en las escaleras que encontrábamos en todos los puentes. Me encantó ver las tiendas buenas, sus escaparates de invierno, la esencia de las marcas italianas en medio de una ciudad que destila emoción en cada recodo.
A pesar de la muchedumbre que abarrotaba el Puente de Rialto, logramos encaramarnos a los dos lados y contemplar la magnificencia de la ciudad de los canales… ¡Qué bonito es en directo! ¡Qué ilusión ver las góndolas navegando!
Volvimos hacia la Plaza San Marcos en busca de algún lugar donde comer cuando nos paramos frente a un establecimiento del que nos llamó la atención el nombre: ¡Bar Xixi! Ya podéis imaginaros los comentarios de los niños, ¿no? Pues resulta que en este bar tenían unos bocadillos italianos buenísimos y una mesa donde cabíamos los trece….
¡Feliz día!  
  

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