Recuerdos idiotas... jejejeje
¡Buenos días! Hoy me despierto
con resaca de sueño, tras un par de días tensos… Por suerte ya llegamos al
meridiano de la semana y pronto será fin de semana. Este descansaré con
muchísima emoción.
Ayer recordé el día exacto en el
que le conté a mi marido que quería escribir. Tenía veintinueve años, dos hijos
pequeños y una inmensa ilusión por conseguir mis metas juveniles. Llevaba unas
semanas escribiendo en secreto en el único ordenador de casa, con aquellas
cosquillas intensas en el estómago y la ideal visión de un futuro prometedor en
las letras.
Un mediodía mi marido entró en el
despacho de casa y yo escondí rápidamente el Word, cambiando de ventana. Tenía vergüenza
de admitir mi deseo oculto. Me preguntó qué hacía y yo respondí: «nada, solo
buscaba una cosa de contabilidad».
Durante unos días me sentí
tentada a compartir con él la realidad, pero antes necesitaba saber si era
capaz de darle vida a esas historias que copaban mi mente desde niña. Era
importante para mí encontrar el valor para avanzar en el laberinto de La Luna de Ónixon, dotando a Laura de
aquellas ideas pueriles de mis días de infancia.
Era finales de año de 2002, mi
niña tenía un añito y Àlex casi cuatro. De pequeña tenía dos grandes sueños,
uno comprendía la familia, quería casarme pronto y tener un niño y una niña,
por ese orden. ¡Me casé a los veintitrés! A los veinticinco tuve a Àlex, a los
veintiocho a Irene… ¡Primer deseo cumplido!
Cuando Irene cumplió un año entendí
que debía ir a por mi otro gran sueño. En ese momento de mi vida era una
idealista nata, pensaba que lo único importante era tener una buena idea y escribirla,
dejarme seducir por las ideas que cuajaban en mi mente…
Era una idiota… Jejejejeje, ya
estamos con el soyidiota.com… Aunque ahora
sonrío, recuerdo esa ilusión que me acompañaba, el anhelo de dedicarme al
apasionante mundo de novelar… ¡Me parecía tan maravilloso! Por las mañanas
conducía con la moto hasta el Pedralbes Centre y aparcaba frente al edificio
Planeta, con una sensación placentera…
Cuatro meses después me decidí a
contárselo a mi marido. Fue un treinta de abril, el día de nuestro aniversario.
Tenía escrita la mitad de la novela y se la había dejado leer a una amiga…
Fuimos a comer a un restaurante para celebrar los seis años de casados y se lo
conté, como una adolescente emocionada con un nuevo amor.
¡Qué tiempos aquellos! Suspiro.
Fue precioso. Ahora echo la vista atrás y ya no me parezco una idiota, solo una
jovencita inmadura con la emoción propia del momento…
¡Feliz día! J
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