Una velada muy emotiva
¡Buenos días! Regreso de un fin
de semana perfecto, lleno de instantes maravillosos, reencuentros y un sinfín
de emociones. A veces te reúnes de nuevo con una amiga de antaño y parece que
fuera ayer cuando le dijiste adiós por última vez.
Diana era mi amiga de tardes. Es
curioso, en el colegio casi ni nos hablábamos, pero después de las clases nos
subíamos al autocar y éramos íntimas… Nos pasábamos las horas desde ese momento
juntas, saboreando una libertad perfecta.
Me vino a buscar con su coche,
nos abrazamos y empezamos a hablar de nuestras vidas, recuperando de pronto
aquella confianza de hace veintiocho años. Recuerdo un día en la tienda de mis
padres que me sorprendió la llegada de un antiguo amigo suyo y les habló como
si el día anterior se hubieran visto. Me costaba comprender esa familiaridad
después de décadas de separación. Ahora lo veo con otros ojos, porque eso me
pasó con Diana.
La cena con el resto de antiguos
compañeros de colegio se tiñó de historias variopintas y muy interesantes. Me
encantó escuchar los diferentes destinos de cada uno de mis antiguos copis de
cole, descubriendo cómo la vida ha repartido la ruleta de las profesiones.
Fue una velada absolutamente
emotiva y especial, descubrí con ilusión lazos importantes del pasado, me reencontré
con personas que significaron mucho para mí y me percaté de algo maravilloso:
ellos también me recordaban.
Os he dicho varias veces que ya
no soy esa niña asustada y sobrepasada por la situación. Era diferente, no mejor
ni peor, simplemente tenía mil ideas en la cabeza y me costaba relacionarme con
los demás porque muchas veces no les entendía.
Vivía en un mundo de fantasía,
donde todo era posible, y cuando miraba la realidad me percataba de que nada
era fácil ni tan perfecto como en mi imaginación. Sentía diferente a los demás,
me interesaban otras cosas y acababa acurrucada en un rincón imaginario,
disparando palabras equivocadas a una audiencia no receptiva.
La escritura ha conseguido lo
imposible, centrar mi mente, explicarle cómo canalizar esas ideas en algo
productivo, sin desperdiciar ni un poquito de creatividad.
No sabía qué esperar de la cena
del viernes, tenía un poco de miedo de volver a sentirme fuera de lugar, pero
una vez allí, rodeada de personas maravillosas, me integré con ilusión. Fue un
intercambio de momentos, de retazos de unas vidas dignas de novela y sonreí con
un brillo especial.
Ese es el camino directo a la
felicidad, no el de esperar una publicación que no llega o muchos lectores
emocionados. Escribir es mi liberación, mi momento, mi ilusión. Me llena y
consigue despertar un sentimiento intenso. Con eso me basta para sonreír.
¡Feliz día! J
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