Descanso semanal
¡Buenos días! He pasado un
maravilloso fin de semana en las montañas, en buena compañía y con la serenidad
del silencio. Una de mis ocupaciones favoritas es sentarme frente a la chimenea
para ver crepitar las llamas en su interior. Crean sombras sinuosas, son
hipnóticas.
El sábado nos despertamos pronto,
desayunamos y nos montamos en el coche, dispuestos a un día de esquí. El sol
nos acompañó en el camino hasta Andorra, augurando una magnífica jornada.
Al llegar a la intersección para
subir el Col de Puymorens vimos un
letrero indicando su cierre a los coches. Habíamos llegado hasta ahí, queríamos
ir a esquiar y la única alternativa viable fue pagar el túnel de Puymorens.
En el otro lado nos esperaba una
ascensión por una carretera anegada en nieve. Mi marido decidió no poner
cadenas, nuestro coche es un todocaminos con tracción a las cuatro ruedas y
suele comportarse bien con nieve. La subida fue lenta, parándonos en alguna
parte del trayecto por culpa de conductores que se detenían en mitad de la
calzada a poner las cadenas.
Al fin llegamos al Pas de la Casa,
cansados y con ganas de esquiar. Subimos hasta la curva del Costa, el único
espacio habilitado para dejar el coche gratis. La verdad es que no acabo de
entender muy bien que en una estación tan importante no exista un parking
gratuito para los esquiadores…
Había una cola inmensa, los
coches estaban aparcados en un lado, impidiendo que pasaran dos a la vez, y la
carretera es de doble sentido… Al pasar el bar Costa nos encontramos con un
coche de policía y la carretera cortada, ¡había más de un metro de nieve en la
calzada!
Nuestra odisea particular
continúo, acabamos en el parking de pago del pueblo, uno que está a pie de pistas.
Cuando me puse los esquíes estaba agotada… El sol aguantó poco rato, enseguida
aparecieron nubes negras y una niebla que impedía ver el relieve, pero fue un
día genial.
Ayer nos quedamos en casa,
descansando, disfrutando de la montaña. Me levanté a las siete de la mañana,
desayuné en silencio, encendí la chimenea y escribí hasta las once y media, con
las ideas manando con facilidad y la emoción de vivir un día perfecto de
prestado.
Tras ducharme me quedé sola en
casa para cocinar unas albóndigas. Fue una hora de serenidad, acompañada por el
silencio apenas roto por el canto de los pájaros. ¡Ojalá mi vida fuera siempre
así!
Comimos, cerramos la casa,
hicimos las maletas y nos fuimos a Barcelona antes de que la cola se ensañara
con nosotros. Al llegar mi marido y yo nos fuimos al cine. Queríamos ver Samba, pero las entradas estaban
agotadas. Terminamos viendo Kingsman:
Servicio Secreto, una película de palomitas.
¡Feliz día! J
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