Lecturas

8:03 Pat Casalà 4 Comments

            Siempre os hablo de mi pasión por contar historias, de la energía positiva que me proporciona imaginar, sentir, emocionarme con las vidas de otros. De pequeña era mi evasión, mi forma de olvidarme de aquellas cosas cotidianas que me ponían nerviosa, como si al desplazar mi mente a otro lugar pudieran desaparecer.
            Paralelamente a mi tendencia a narrar, ¡los que me conocen dicen que hablo mucho!, desde que aprendí a descifrar las letras y las frases me apasiona leer. Mientras me sumerjo en las páginas de otros libros sufro la misma conexión con los mundos paralelos que cuando creo. Por eso no me gustan las descripciones, porque yo le doy vida a mi manera a lo que las frases del autor construyen.
            Empecé a leer de manera voraz en un hospital, a los siete años recién cumplidos. Recuerdo poco de aquella extraña enfermedad que me dejó postrada en una cama durante un mes con una fiebre altísima y toda la parte derecha del cuerpo inmovilizada. Sólo conservo algunas imágenes de cuando me sumergían en una bañera de agua fría para bajar la fiebre, de las reuniones de varias cabezas de médicos alrededor de mi cama, de las inyecciones diarias de penicilina y de mis libros.
            ¡Y esta vez no os estoy contando una historia! Fue real, tuve algo llamado la Fiebre Q y salí en los libros de medicina como la primera paciente en España que padeció esta fiebre tropical. Durante el mes que estuve en el hospital los médicos intentaron descubrir a qué se enfrentaban, pero ninguna de las enfermedades conocidas cuadraba con los síntomas. Me hinchaban a penicilina por si acaso y estudiaban otras opciones. Casi al final, cuando las fiebres fueron remitiendo, enviaron una muestra de mi sangre a Suiza a la OMS (Organización mundial de la salud) y un mes después de estar restablecida consiguieron el diagnóstico real de lo que me había sucedido. ¡Al final resultó que me había picado un mosquito que de alguna manera se las había arreglado para viajar hasta España!
            Pues bien, ese mes y pico que estuve en el hospital empecé a leer de manera un tanto obsesiva. ¿Os podéis imaginar el efecto de estar en cama en una niña tan movidita como yo? ¡Por muy mal que me encontrara me era dificilísimo estarme quieta! Así que mi padre, una persona que ha influido mucho en mi vida, me compró el primer libro de una colección que no logro recordar. Y lo devoré en poco tiempo. Entonces me compro el siguiente, y el siguiente, y así hasta acabar con todos los números.
            Cuando llegué a casa no dejé esa nueva y emocionante afición, ¡Era genial ver que había otras personas con mi misma imaginación! Empecé a buscar colecciones de libros que llamaran mi atención: Puk, Torres de Malory, Los Cinco, Los Siete Secretos…. A toda esa pasión por devorar libros (porque los devoraba de manera literal) se sumó otra que todavía me acompaña: la de ver series de televisión y extraer de ahí nuevas tramas para mi propio mundo interior.
            Al alcanzar la adolescencia empecé a leer toda la colección de libros que atesoraba mi abuela en la extensa librería de su casa. En su mayoría eran historias de amor. Así me pasé varios años, leyendo a Danielle Steel, Barabara Wood, Victoria Holt,… ¡No os podéis imaginar que ideas románticas poseían mis propias historias nocturnas!
            Debía tener unos dieciséis años cuando mi padre apareció en casa con un libro que había sido un gran bombazo editorial: El Ocho. Me lo regaló con mucha ilusión y yo le correspondí leyéndomelo de un tirón, sin casi comer ni dormir, enganchada a las desventuras de las protagonistas, descubriendo un nuevo mundo literario que me abría las puertas a muchas posibilidades.
            Le siguieron las colecciones de Ken Follet, John Grisham, Patricia Cornwell, Michael Crichton,…. Novela negra, temas esotéricos, enigmas sin resolver, crímenes, amor, odio,… Me recorría entonces las paraditas de libros de segunda mano para encontrar lo que yo llamaba tesoros. Y leía sin parar.

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4 comentarios:

  1. Jolín con el mosquito..., sabes el nombre de la dichosa enfermedad?( debe ser deformación profesional).
    Tus relatos diarios me encantan.
    Buenos dias y un beso fuerte!!!

    Javier

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  2. La enfermedad es la Fiebre Q, una fiebre tropical, según me contaron de pequeña. Y lo del mosquito lo dedujeron porque tenía una picadura infectada debajo del brazo. Pero han pasado tantos años,....
    Un beso!!!!

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  3. Vale provocada por la ¡¡¡Rickettsia burnetti!!!, gracias.
    También la padecen los animales y hoy con la globalización y tanto viaje pues esta más extendida, el tratamiento es largo 1 mes y se cura con doxiclina.
    Poco a poco nos vas contando tu vida que es cómo una novela.
    Seguimos tu blog.
    Hasta mañana!! besos
    Javier

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  4. ¡Pues a mí me hincharon a penicilina! ¡Eso lo recuerdo muy bien! No te digo cómo tenía lo trasero de tanta inyección.
    Y, hombre, lo de mi vida de novela... ¿Quién no tiene batallitas para explicar? Seguro que si buscas en tu memoria podrías encontrar miles de anécdotas para llenar las páginas de un libro.
    ¡Buenas noches!

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