Mi lista de regalos
¡Buenos
días! El domingo se despierta con intensas sensaciones tras unos sueños increíbles.
Parce que mi cabeza no se resigna a retener las novelas y me bombardea con
ellas mientras duermo. ¡He vivido una súper aventura de Pam! ¡Y parecía tan
real!
Esperemos
que las cosas vayan asentándose y recupere el tiempo para teclear, que entre
trabajo, compras y decoraciones casi no he tocado mi ordenador pequeño. ¡Además
estoy en un capítulo que me está costando muchísimo!
Ayer
compré regalos estupendos, de esos que tienen alma y ayudan a componer sonrisas
en todos los rostros ajados que encuentro en el camino. ¡Espero ansiosa el día
de Navidad para ponerlos bajo el árbol! ¡Y para ver sonreír a la gente que
quiero! Eso es un gran regalo para mí.
La
atmósfera que no acompaña este año es densa y cargada. A medida que escruto los
rostros de las personas que circulan por la calle, sentada en un banco o
caminando entre ellos, me doy cuenta de la crispación, los nervios y la
destemplanza que nos acompaña. Es como si esta maldita crisis se estuviera
llevando la capacidad de vivir con ilusión.
Quizás
llevamos demasiado tiempo dándole importancia a los regalos materiales, a la
cantidad de dinero que cuesta uno en concreto, sin pararnos a pensar en nuestras
necesidades reales, en lo que de verdad vamos a usar, en nuestras prioridades
absolutas.
Muchas
veces se desea algo con fervor porque creemos que nos va a conceder un trocito
de esa felicidad que buscamos desesperadamente, pero cuando lo tenemos entre
las manos sólo nos concede unos instantes de ilusión que luego se desvanece al
desear otra cosa aún mejor.
Es
como si nos hubiéramos convertido en máquinas programadas para desear y no
gozar de la consecución de los deseos, como si la facilidad con la que logramos
muchas de las cosas en la vida nos hiciera pensar que todo es sencillo, que con
sólo desear se puede obtener. Y eso es algo que debemos cambiar, porque muchas
veces se ha de luchar con uñas y dientes para lograr algo y se ha de aprender a
valorarlo de otra manera y, sobre todo, se ha de aprender a alargar la ilusión
de haberlo conseguido.
A
medida que pasan los años voy aprendiendo a no pedir ni necesitar cosas
materiales, así que mis anhelos se concentran en ilusiones, sueños y
esperanzas. Eso es lo que yo pido: tener a mi familia al lado, verlos sonreír,
sentir y vibrar; estar con mis amigas y amigos, que me quieran por lo que soy y
nunca por lo que crean que aparento, que sean felices, que pasemos buenos
ratos, que seamos capaces de reírnos juntos,…; caminar por la vida con una
mochila cargada de ilusiones, unas que puedan convertirse en esperanzas y que
algún día puedan cobrar forma.
¿Y
por qué no pedir unos sueños multicolores? ¿Por qué no pintar nuestra vida con
un arco iris que irradie luz y
felicidad? ¿Por qué no abandonar la tristeza y la ansiedad que produce el
querer más y concentrarnos en vivir lo que tenemos? Siempre he creído que ese
es el camino. Ya lo decía mi abuela: “no es más feliz quien más tiene, sino
quien menos necesita”.
Así
que yo ya le he pedido la lista de deseos a Papá Noel, una donde la luz sea lo
que ilumine a los míos y a todos los que la necesiten, que encuentre la manera
de hacer llegar un trocito de esperanza a cada uno de los corazones que laten
en este mundo y que quizás por un día todos podamos encontrar la manera de
sonreír a la vez.
A
ver si la magia de la Navidad me ayuda a lograrlo….
¡Pasad
un gran día!
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