Vladymir sigue recordando... (la trama 39)
¡Buenos
días! ¡Parce que este blog se va animando! La verdad es que si no fuera así me
costaría un mundo levantarme a estas horas intempestivas para escribir las
entradas… ¡Es que la jornada intensiva de ocho horas y media, con media para
comer, ya es suficientemente cansada como para alargarla un poco más!… ¡Pero
vale la pena!
Hay
días en los que estoy estirada en la cama, descansando, y abro un ojo para
mirar los números que proyectan la hora en el techo, y veo que son las 6.15,
que me falta un minuto justo para despertarme, preparar el desayuno de los
niños, la comida de mi hijo mayor (se la lleva al colegio) y mi desayuno. Luego
toca comerme mi pan con tomate con algún embutido y un gran tazón de café con
leche. ¡Y a pensar en qué escribo! ¡Creo que eso es lo más difícil!
Hoy
toca continuar con Vladymir en Los Cofres del Saber. Todavía tengo pendiente
revisar todo lo escrito hasta la fecha, pero igualmente podéis seguir un poco
la trama en la pestaña con el nombre del relato. ¡Ahí voy!
…En
la mente de Vladymir se fijó durante unos minutos la imagen de aquella mujer
con la cara grisácea, los ojos hinchados y llorosos, la expresión de pánico
pintada en su cara, la lucha incesante por su vida,… Esa visión había marcado
un antes y un después en su vida, lo había impulsado a caminar por el sendero
de la maldad, del deseo de entender de qué hablaba su padre, de ver ese mismo
miedo reflejado en otros rostros para satisfacer su deseo interno de perdonar a
su padre.
Cuando
su padre había acabado con la vida de la mujer la había dejado postrada en la
cama, con la muerte presente en sus ojos abiertos y en su expresión agarrotada.
Tenía la falda un poco subida y los pechos al descubierto. Vladymir sintió asco
al ver aquella piel blanquecina, suave, sedosa. En ese momento se había
prometido no tocar a una mujer, no permitir que ese recuerdo lo acosara, no
dejarse tocar por una piel parecida.
Su
padre se había levantado de la cama y había caminado hacia el centro de la
habitación, justo donde una alfombra de estampados granates se ocupaba de tapar
una gran extensión de piedras heladas. Vladymir fue testigo otra vez de cómo su
padre levantaba la alfombra, de cómo ponía sus manos sobre una piedra, de cómo pronunciaba
unas palabras secretas y de cómo la piedra se desvanecía ante su mirada para
convertirse en un cofre.
Era
un cofre de unos veinticinco centímetros de largo por quince de ancho, un cofre
de madera ribeteado en oro, con una tapa abombada donde se incrustaban piedras
preciosas realizando una filigrana que no distinguía bien desde su escondite. Su
padre acarició la tapa con devoción, exhaló un profundo suspiro y volvió a
guardar su tesoro en su lugar, protegido por algún conjuro mágico que Vladymir
no llegaba a entender.
Aquella
noche los sirvientes del castillo se habían encargado de deshacerse del cadáver.
Su padre se había pasado la noche bebiendo y riendo en compañía de sus amigos,
y Vladymir se había pasado las horas soñando con el cofre, la mujer, la muerte,
la mirada de la víctima de su padre…
Al
día siguiente, cuando los hombres habían salido de caza, Vladymir se había
escurrido a la habitación de su padre, había levantado la alfombra y había
pronunciado las mismas palabras que su padre la noche anterior. El cofre tenía
un cierre inexpugnable de oro macizo. Intentó abrirlo de varias maneras, intentó
forzarlo, pero se le resistió.
Tardó
más de dos meses en descubrir cómo su padre lo abría con una llave que llevaba
al cuello a todas horas. Fue una tarde de enero, cuando el frío había irrumpido
con fiereza en esos parajes y otra enviada había sido descubierta por su
progenitor. Fue otra mujer que yació con su padre y acabó como su sucesora,
muerta en la cama, mostrando su piel blanquecina, gritando al mundo lo macabro
que era su padre.
Aquella
noche Vladymir se había escondido detrás de la cortina como hacía cada día
desde que descubrió el cofre. En su interior sentía crecer la ansiosa necesidad
de descubrir la razón de tanta muerte, de tanto misterio, de tanto secretismo.
Y aquella noche la fortuna le sonrió, porque su padre se descolgó la llave del
cuello y abrió el cofre…
¡Feliz
día!
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