Bako national Park VI (Borneo)
¡Buenos días! Es viernes… Tengo unas ganitas de
tres largos y maravillosos días de fiesta… El lunes estaré celebrando el
cumpleaños de mi niña con la familia, el domingo cumple quince años. ¡Me parece
increíble! ¡Quince años! ¡Jo…! Si hace dos días era una pequeñaja que corría
por casa… Cuando llegue febrero y Àlex cumpla dieciocho voy a sufrir un pasmo,
no me hago a la idea de que sean tan mayores.
Ayer por la tarde hicimos un afterwork perfecto, en un centro cívico, al aire libre. La temperatura
de este octubre es ideal para estar en una terraza y charlar alegremente, con
bromas e instantes que conforman un team
bulding perfecto.
Estoy feliz, últimamente he recibido dos
respuestas a mis propuestas. Es curioso, pero ahora solo deseo eso, información
acerca de la realidad. Ayer me escribieron para decirme que la línea de edición
para RANP estaba inactiva. Es tan agradable saberlo, no estar preguntándome si
les ha gustado o no mi trabajo… Y tan fácil para ellos escribirte dos líneas
para comunicarte sus intenciones…
En fin, algún día escribiré un post larguísimo acerca
de la falta de respuestas editoriales, hoy no vamos a centrar en Bako National
Park.
Después del ataque del macaco y de pasear por la
extensa playa frente al campo base, cenamos en el único bar del lugar por
veinte euros los cuatro. Había un trekking nocturno de pago (casi irrisorio),
con guía incluido. Irene y yo estábamos destrozadas y decidimos irnos a dormir,
pero mi marido y Àlex se apuntaron, junto con unas doce personas más.
Les vimos alejarse con las linternas encendidas y
nos metimos en la cama a intentar descansar. La habitación era grande pero, a
falta de armarios o muebles colocamos la ropa y nuestros enseres personales distribuidos
en montoncitos en el suelo, en línea recta bajo la pared para despejar las
camas.
Nos estiramos con los ventiladores encendidos y un
agotamiento extremo. Durante un rato dudamos si taparnos o no. El calor era
sofocante y los sonidos de la selva incrementaban la sensación de estar
alejados del mundo conocido.
Tras varias vueltas en la cama conseguí dormirme,
aunque fue a trompicones, despertándome cada pocos minutos. Mis chicos llegaron
dos horas después, emocionados por la caminata y extenuados.
Las primeras luces del alba se colaron por la
ventana para despertarnos temprano. Nos duchamos con agua helada, arreglamos
las mochilas, miramos el mapa y nos preguntamos si con las agujetas seríamos
capaces de perdernos de nuevo en los caminos de la selva.
Desayunamos en el mismo bar, acompañados de los
macacos y de los viajantes que habían dormido en Bako. Terminamos a las ocho en
punto, sin deseos de seguir caminando por la selva. Vimos varios monos
plateados en los árboles y esperamos a que abrieran el mostrador de las barcas
para conseguir una y regresar a Kuching. Habíamos decidido no seguir con los
trekkings planeados.
¡Feliz día! J
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