El Zoo de Singapur
¡Buenos días! Hoy tengo un día lleno de reuniones…
Esta semana será larga, con mil tareas y la primera de las auditorías internas
que tengo anualmente. No me apetece demasiado, son jornadas cansadas, pero hay
que tirar hacia adelante y sonreír ante las adversidades.
Me quedan apenas tres capítulos para terminar
UUDC. Me da pena, no me apetece nada terminar. Cuando pongo el punto y final en
una novela aparco a mis personajes en un lugar apartado del disco duro, descansando,
hasta que quizás algún día me decida a darles una salida en Amazon.
Esta será mi novela número dieciséis, tengo en
marcha la diecisiete… Ayer antes de dormirme le di un par de vueltas a una idea
que ronda por mi cabeza desde hace tiempo. Escribir para mí es un estado
mental, una forma de vivir aventuras, de enamorarme sin ser infiel, de sentir
más allá de la realidad.
Suena extraño, lo sé, pero así soy yo, vivo entre
emociones desbocadas, siento en estéreo, me gusta hablar, explicar, contar,
sacarle punta a las situaciones, dándoles bombo, explicándolas como si fueran
historias interesantes, sin dejarme los detalles…
Me quedan apenas dos entradas de Singapur y
despediré con tristeza el viaje de verano… Esta es una semana de despedidas…
Singapur fue un perfecto lugar para terminar el magnífico
recorrido por Malasia y disfrutar de tres días intensos antes de regresar a
casa, a ver las fotos, a trabajar de nuevo, a nuestra vida cotidiana.
El día diecinueve de agosto dejamos la habitación
del hotel muy pronto. Una confusión en Emirates nos entretuvo en recepción
hasta confirmar el billete de mi marido, perdido no sabemos cómo. Las maletas
se quedaron en la consigna, pagamos la cuenta y cogimos un taxi rumbo al zoo de
la ciudad.
Nuestras pesquisas en internet indicaban la
necesidad de visitar el zoo, es uno de los mejores del mundo, con animales en
una cautividad relativa, cercanos, con los que interactuar. Hacía muchísimo
calor, estaba lleno de mosquitos molestos, pero realmente valió la pena.
Solo entrar estudiamos el mapa para ubicarnos y
decidir la ruta. El zoo es enorme y está dividido en zonas, como si fuera una
bola del mundo. Trazamos un itinerario para llegar a tiempo al show del oso
polar. Caminamos entre la naturaleza, untados con repelente de insectos, observando
los maravillosos ejemplares que moraban en semi libertad.
Me gustó muchísimo la visita, creo que es
imprescindible si estás en Singapur. Con una mañana hay suficiente para
recorrer el recinto y ver todas las especies animales que viven allí.
Comimos en el Food Court del parque, con un poco
de agobio por las colas y la muchedumbre. Al terminar nos quedaban siete horas
hasta la partida hacia el aeropuerto para tomar nuestro vuelo nocturno. Suspiramos
un poco tristes, todo o bueno se acaba…
¡Feliz día! J
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