Lecturas

9:38 Pat Casalà 0 Comments

          ¡Parece mentira lo que puede acarrear tanto estudio de la técnica! Yo, una lectora empedernida, que llevo enganchada a los libros desde niña, que he devorado miles y miles de libros, fascinada por sus tramas, enganchada a las historias, absorbiendo cada una de sus palabras, ahora me encuentro con que no los puedo leer todos.
            Me había propuesto volver por un tiempo a mis inicios de jovencita (Las novelas infantiles de Las Gemelas, Torres de Malory, los Cinco,… me parecen desfasadas para mí), a Victoria Holt y Danielle Steel, a las sagas románticas que me hacían estremecer en la adolescencia, a aquellos libros que heredé de la estantería de mi abuela, que me despertaban el anhelo de enamorarme y vivir una aventura, de irme a Inglaterra a saborear los pastelillos de té que las protagonistas de Victoria Holt siempre ofrecían a sus visitas,….
            Siempre me han apasionado las historias. En la adolescencia, cuando me leía uno de estos libros a la semana, me pasaba las horas soñando despierta con mi futuro amado, lo veía montado a lomos de un caballo en la Inglaterra Victoriana, o como un directivo de éxito en la era actual. Era capaz de sentir la intensidad de unas emociones que arreciaban en mí como si él fuera de carne y hueso y no una simple proyección de mi mente.
            Un día, cuando mi padre apareció del brazo con un nuevo libro, cambió mi visión de la lectura. Era El Ocho, de Katherine Neville. Su lectura fue catártica, algo mágico, el inicio de una larga temporada de devoción a las novelas de aventura, de misterio, de fenómenos paranormales. Me gastaba parte de la semanada en libros, otros los sacaba de la estantería de mi padre (quien por aquel entonces era aficionado a la lectura). De esa manera dejé a un lado las sagas románticas y empecé a cultivar el que a día de hoy es mi estilo.
            La semana pasada decidí rescatar una novela de Danielle Steel, con ansias de volver a engancharme a esas historias de amor increíbles que me hacían estremecer a los quince años. Pero no he podido leer demasiado. Ya no me engancha, ya no me seduce, ya no me atrapan esas frases huecas y sin una cadencia emocionante. ¡Y que sea yo quien lo diga!
            Así que deberé empezar a buscar un nuevo libro. El Ocho ya me lo he leído cuatro veces, pero quizá no estaría mal volver a él. O también podría ir a la biblioteca a revolver las estanterías en busca de algún tesoro del pasado que me ayude a deshacerme de la lasitud que me impulsa a no seguir mi vocación últimamente….

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