Más Chiang Dao...
¡Buenos días!
Sábado de sol… ¡Genial! A ver si me decido a irme con mi Kindle a la piscina y
pasarme una mañana relajada, sin pensar en decisiones ni en ideas ni en nada
más que en tomar el sol, leer y descansar.
Me he marcado
varias metas plausibles para los meses que quedan de 2014 y voy a ir a por
ellas sin miedo, se acabó ser una cobarde en algunas situaciones, no más
credibilidad, paciencia ni sensación de déjà
vu. Está claro que para cambiar una situación hay que buscar una
alternativa. Y en eso estamos, en muchos aspectos.
Vámonos al
campamento de elefantes Chiang Dao…
Llegamos un
poco justos de tiempo, caminamos por un puente de troncos que se alzaba sobre
la selva, enseñándonos un colorido de verdes impresionante. El sonido era
plácido, salpicado de naturaleza, como si acabáramos de cruzar una puerta al
sosiego.
Tras una
rápida visita al lavabo público, uno de tantos bastante asquerosos, llegamos a
una plataforma elevada desde la que mi hija y yo subimos a lomos de un
elefante, sobre una estructura de madera. El cuidador iba sobre el cuello,
cerca de las orejas.
Mi marido y mi
hijo ocupaban el elefante de delante. Éramos una fila de cuatro animales que se
adentraron en la selva, a mitad de camino nos reunimos con tres más. Nuestro
elefante era un poco rebelde y no seguía los caminos de los demás, muchas veces
prefería uno alternativo, que al final llevaba al mismo sitio.
El paseo fue
precioso.
Volvieron a
dejarnos en la plataforma elevada y nos llevaron a darles de comer a los
elefantes. Primero compramos los plátanos en una parada especial y luego se los
ofrecimos a los animales para que los recogieran con sus trompas. Kid nos dijo
que debíamos darle una propina al cuidador, cosa que hicimos encantados.
Kid nos contó
un poco de historia de los animales y cómo en Tailandia se usan para tareas del
campo. La visita continuó con una visión espectacular del baño de los
elefantes, me pareció tan auténtico… Se metían en el río con sus cuidadores,
cogían el agua con la trompa y se la tiraban a los lomos. Los cuidadores les
cepillaban la piel y se ponían de pie sobre ellos.
Anduvimos hasta unas gradas construidas en
madera para presenciar cómo los elefantes transportaban piedras y ayudaban en
las tareas pesadas. Kid nos informaba constantemente de los datos importantes,
realmente tener un guía particular es un lujo.
Y vino el
inevitable cuadro pintado por un elefante. ¡Fue una pasada! Pensaba que ese
trozo no me gustaría, pero me equivocaba. Es impresionante ver la precisión con
la que el animal es capaz de dibujar con un pincel en su trompa.
Al finalizar
tocaba ir en balsa por el río. Antes de embarcarnos nos ofrecieron comprar una
foto nuestra enmarcada. El material usado para el marco provenía de las cacas
de los elefantes… Evidentemente lo compramos y subimos en una balsa que nos
llevó por un tranquilo paseo por unas aguas totalmente mansas.
¡Feliz día! J
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