Raffting en el río Mae Tang
¡Buenos días! Hay días en los
que me quedaría dentro de la cama hasta las tantas, escribiendo, descansando,
leyendo… Hoy no me apetece ir a trabajar, pero el deber me llama. Ojalá las
cosas se asentaran de una manera positiva, los astros deben alinearse para
darles alegrías y felicidad a los míos y a las personas anónimas que caminan
por la senda de la vida.
Jejejejeje, me he despertado
filosófica… Es parte de la esencia del día: gris, triste, impasible… hay muchas
nubes que amenazan con desinflarse sobre las calles, sin embargo hace una temperatura
agradable. Creo que ha llegado la hora de pasar a la acción.
Hoy sale publicada una entrada en
el blog Mi sala de Lectura en la que
se habla de mí como autora novel. Estas presentaciones me hacen muchísima
ilusión, ¡os invito a darle una ojeada!
Ayer nos quedamos en el baño
bajo la cascada…
Regresamos al hotel muy tarde.
Estábamos cansados y seguía lloviendo a mares. Decidimos pasar un rato en la
habitación, dándonos una ducha y descansando. La ropa nos había quedado
completamente llena de barro, así que la pusimos en un saco para llevarla al
día siguiente a lavar.
Salimos una hora después a cenar,
estábamos hambrientos y queríamos tomar algo cuanto antes. Acabamos en el Dada
Kafe, donde teníamos wifi para comunicarnos con nuestra familia.
Al día siguiente nos
despertamos pronto, llevamos la ropa a la lavandería y nos encontramos con Kid
para ir a al río Mae Tang a hacer rafting. El viaje duró una hora en el Toyota,
atravesando maravillosos paisajes salpicados con arrozales en diversos puntos
de su evolución.
Al llegar a la zona donde nos
preparamos para la bajada por los rápidos nos pidieron que nos sacáramos los
zapatos. Yo opté por ponerme el chubasquero bajo el chaleco salvavidas, pensaba
que así no me mojaría… Escuchamos las explicaciones del instructor y subimos a
bordo.
Las primeras bajadas fueron
geniales, pero en el rápido más fuerte la barca se dobló, mi boca picó contra
el casco de mi hijo Àlex y salí disparada hacia el agua. Por unos momentos me
invadió el pánico, me mantuve cogida a la barca, sin saber muy bien cómo
actuar. Por suerte el instructor me cogió por el chaleco y me subió a bordo.
Me sangraba muchísimo el labio
inferior, se me hinchó, y el diente me dolía un montón. Pero había un par de
rápidos más, así que no me quedó otra que colocarme sobre la goma y sortearlo
sin demasiadas ganas.
Al fin llegamos al final del
recorrido, chorreando, con mal cuerpo y ganas de no volver a subirme a una barca
naranja nunca más…
¡Feliz día! J
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