Tiger Kindom, Chiang Mai
¡Buenos días!
Hoy se termina una semana llena de momentos. La sensación de déjà vu se ha apoderado de los días con
una cadencia melancólica, demostrándome positivamente que ahora he cambiado,
que a pesar de estar en el mismo sitio de hace un año y pico ya no lo vivo
igual y que por fin no espero ni desespero.
Días de vuelta
a las clases de baile, con una meta medio conseguida de deshacerme de los
quilos que me sobran, la necesidad de la gimnasia mental que me ofrecen las
coreografías de Alberto, la emoción de escribir una novela pausada, diferente,
en tono romántico, y un sinfín de situaciones que no acaban de convencerme a
nivel laboral. Quizás la vida me está señalando un camino…
Por suerte Ecos del Pasado sigue dándome ilusiones
diarias, con ventas que se mantienen en una cantidad estable y perfecta para
mí. Y pronto, muy pronto, llegará el anuncio de la publicación de El Secreto de las Cuartetas…
Ayer nos
quedamos en la reserva de elefantes Chiang Dao, dando un paseo en balsa por el
río. Quizás ese trozo fue el que menos me gustó del día, la balsa de cañas de
bambú era preciosa, el chico que la conducía lo hacía estupendo y el paisaje
era espectacular, pero fue demasiado rato viendo lo mismo, con la calma chicha
de compañera y un calor insoportable.
Kid nos
recogió en el embarcadero. Hacía sol, aunque el tiempo en el norte no fue
demasiado bueno. Nos subimos al Toyota para recorrer la distancia hasta el
Tiger Kindom, un lugar donde tienen los tigres en enormes jaulas y los
acostumbran desde pequeños a la presencia humana.
Antes de
entrar has de rellenar un formulario donde declinas la responsabilidad si te
sucede algo y decidir qué medida de tigres quieres visitar: muy grandes,
grandes, medianos, pequeños o muy pequeños. Mi marido y Àlex decidieron pagar
el pack muy grande y mediano, en cambio Irene y yo nos decantamos por los
bebés. Me daba muchísimo respeto entrar en las otras jaulas.
En el instante
que entramos en el recinto empezó a llover, era una llovizna suave, de aquellas
que calan lentamente. Sacamos nuestros súper chubasqueros de la mochila y
caminamos hacia los lugares señalados sin inmutarnos. A ratos despejaba y otros
volvía a llover.
En las jaulas
los tigres estaban medio dormidos, nos explicaron que son animales nocturnos y
que si sigues las instrucciones que hay escritas en varios idiomas en las
puertas de entrada a las jaulas no hay ningún peligro. El cuidador únicamente
va con una vara pequeña de madera, pero no deja nunca solos a los visitantes.
Irene y yo
observamos cómo nuestros hombres se envalentonaban y se hacían fotos con los
tigres. Había Wifi en todo el recinto y lo utilizamos para mandar algunas fotos
a España.
Cuando nos
tocó el turno a nosotras la lluvia arreció, suerte que los bebés estaban en una
jaula cubierta. Había muchísima cola, así que esperamos pacientemente el turno,
con los zapatos que te proporcionaban ellos y las manos limpias con agua y jabón.
Dentro de la
jaula pasamos un rato acariciando a los bebés, estirándonos a su lado,
fotografiándonos con ellos. ¡Fue genial!
¡Feliz día! J
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