Presentando La ciudad de tus ojos
¡Buenos días!
Ayer fue un día precioso, lleno de momentos, de personas entrañables que decidieron acompañarme en un día muy bonito para mí, de cariño y de ilusión. A veces no nos damos cuenta de cómo las emociones pueden enredarse en nuestros corazones y dejar fluir la magia a nuestro alrededor. Prender la mecha. Incendiarnos. Colmar nuestros cuerpos con esa electricidad chispeante que consigue iluminar el camino hacia la felicidad.
Uno de mis «defectos» de niña era sentir demasiado, en estéreo, hasta el infinito y más allá, y lo llamo «defecto» porque entonces me costaba mucho comprenderme, encapsular esos destellos en mi cuerpo, los estremecimientos, el nudo en el estómago. Las inmensas ganas de llorar, reír, saltar, bailar, gritar. De demostrar mis pasiones a lo grande. De no guardarme nada. Entonces no comprendía la interacción social como la entiendo ahora. Era pequeña y mi mundo interior demasiado grande para abarcarme. A veces era complicado enterrar en una cajita de cristal todas esas sensaciones desbocadas, no compartir las historias múltiples que mi cerebro desarrollaba, no hacerlas mías. Ahora las canalizo hacia las novelas. Las desarrollo. Las llevo hasta la cúspide para desgranarlas con lentitud.
Escribir para mí es una necesidad, es canalizar mi inmenso universo interior hacia un propósito, es dotar a los personajes de personalidad, sentimientos, emociones, pensamientos y traspasarles cuanto me hace vibrar. Cuando empecé creía que lo más importante era llegar a la cúspide de las ventas; con el tiempo entendí que, a pesar de ser necesario contar con lectores, a mí me mueve el amor por la creación, ese limbo donde voy descubriendo las historias a medida que mis dedos aporrean el teclado y mi mente las teje. Con la intriga convertida en cosquillas en el estómago. Con la efervescente necesidad de seguir adelante, de permitirle a los personajes adueñarse de mí.
Recuerdo con cariño cuándo decidí aplastar los traumas de haber crecido con esa negatividad de mis profesoras. Al final había sucumbido a sus «consejos» y estudiado empresariales. Pero me dije que renunciar a mi sueño no era mi destino. Y me puse a estudiar ortografía, gramática, escritura… Cuando leía —siempre he sido de tener un libro en la mano— subrayaba pasajes, frases, trozos. Analizaba estructuras, tipos de narrador, enfoques, tiempos verbales… Pasé mucho tiempo preparándome, llenando mi esperanza de determinación, hasta que me lancé a la piscina sin red. Fue fascinante.
Muchos años después —exactamente veintidós…— he acabado cuarenta y dos novelas, treinta y tres de ellas se han publicado. Empecé autpublicando, después pasé a editoriales pequeñas donde me cuidaron un montón. Y ayer salió a la venta mi primer libro con una grande. Por la puerta más inmensa que existe, la de mi corazón alegre. Y lo hizo acompañado de personas increíbles, en una presentación preciosa en la librería Alibri.
No he dormido —vale, los que me conocen saben que eso de dormir bien no es algo inherente a mí—, y no dejo de mirar las fotos los vídeos, la cola de firmas. Fue perfecto. Ahora solo espero que Lara y Stan vuelen, se acerquen al cielo y toquen las nubes. Y ya, para crecer en la quimérica ilusión de futuro, que sean los primeros de una larga lista con esta editorial que ha demostrado un cariño inmenso en mí. Ojalá en unos meses estemos de nuevo sentados en Alibri hablando de otra novela y de cómo La ciudad de tus ojos ha llegado a muchas manos.
¡Feliz día!
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