¿Tsunami emocional?
¡Buenos días! A veces me cuestiono cómo soy, cómo siento,
cómo domino mis emociones y la gran carga emocional que soporto a diario. Pero
siempre termino dándome cuenta de que ser así es la base para crear mundos
llenos de instantes álgidos. Y me encanta hacerlo. Me gusta un montón releer
alguna de mis escenas, incluso novelas enteras, y sentir cómo vuelve a mí esa
intensidad de cuando la escribía, incluso alcanzar con la memoria ese instante
concreto en el que mis dedos cruzaban el teclado empujados por la inspiración
en su máximo apogeo.
Que siento demasiado no es ningún secreto.
Soy un cúmulo de emociones andante. Cuando me pasa cualquier
situación, ya sea insignificante o muy relevante, los sentimientos se me
amotinan produciéndome un tsunami emocional de proporciones inciertas.
Con el paso de los años he conseguido domar la mayoría de
mis reacciones, pero no siempre lo consigo. Porque hay instantes en los que el
torbellino de sentimientos me arrolla impulsándome con una velocidad indomable.
Y alcanzo la velocidad de la luz. La supero. Y traspaso el ciberespacio
emocional como un cohete que no puede detenerse.
La experiencia me ha demostrado que debo contenerme,
tragarme el millón de inputs que ahogan de una forma preocupante mi razón y
disparan esa hiperactividad cerebral innata en mí para darle mil vueltas a la
situación. Necesito mirarla del revés, del derecho, cara abajo, cara arriba y
desde cualquier prisma oculto en ella.
A veces hay situaciones que me duelen. Y sí, mi dolor se
precipita al vacío como todo lo demás. Sentir en estéreo quiere decir eso,
darle una dimensión elevada a cualquier emoción. Puedo ser más feliz que nadie,
saltar de alegría por algo insignificante, incluso llorar por ilusión y caer en
el pozo negro de la tristeza con una facilidad pasmosa. Pero al madurar he ido aprendiendo
a tragarme muchas de esas emociones y a actuar con mayor cautela. Aunque no
siempre lo consigo.
La paciencia no es lo mío y sí lo es la impaciencia, la
impulsividad, la necesidad de conseguir mis deseos al instante. También he
lidiado con eso y poco a poco he dominado destreza la ansiedad de no alcanzar
los objetivos trazados.
Y es que la edad es un grado.
Pero hay instantes puntuales en los que necesito recurrir a mi
fuerza de voluntad para sobreponerme a algunas situaciones. Racionalizarlas a
veces cuesta. Y más cuando una amiga me hace sentir pequeña y yo sé que no se
da cuenta.
Antes se lo hubiera dicho, le hubiera hablado con el corazón
en la mano y ese torrente de emociones disparadas hubiera tomado el control
destrozando nuestra amistad. Ahora sonrío porque soy capaz de darle la vuelta,
de entender, de no tenerlo en cuenta y de continuar caminando a su lado como si
nada hubiera pasado. En eso se basa la amistad, en dejar atrás los malos
mometos.
¡Feliz día! J
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