Un reencuentro
¡Buenos
días! Se despierta nublado y sin la posibilidad de tumbarme en la hamaca con mi
portátil a sumergirme en los mundos de Pablo, mi nuevo protagonista. Hablar en
primera persona desde la voz de un hombre me cuesta un gran esfuerzo, hay
momentos en los que siento que le cedo mis sentimientos y necesito alejarlo de
esa visión femenina que me nubla la capacidad de actuar como un hombre. Pero la
vida está llena de retos…
Termina
una semana con un reencuentro interesante. Reencuentros fortuitos, sentimientos
e instantes que te hacen vibrar de una manera intensa, que te recuerdan que la
vida está llena de sorpresas y que no puedes agarrarte demasiado fuerte al
ahora sin descubrir otras posibilidades.
El
miércoles fue un día mágico, aunque al regresar a la vorágine de mi vida
cotidiana apenas conté con tiempo para reflexionar, sentir o emocionarme. Tenía
un montón de «pendientes» sobre mi mesa (bueno, todavía quedan…), debía
preparar el cierre definitivo de la empresa de mis padres (libros y cuentas
anuales… Puaf, eso significan muchas horas de dedicación), tenía que ocuparme
de los niños, de la casa y empezar a bailar para bajar esos quilos de más que
te regala el verano (bueno, más bien el hecho de no vigilar lo que comes y
pasarte un montón…).
Ayer
cerré la puerta del despacho emocionada de saber que había superado la primera
semana laboral con nota, llegué a casa y
finiquité lo de mis padres con mucha pena (trabajé quince años allí…),
me levanté de la silla con sonrisa y me fui a bailar con mi querido Fran.
Caí
rendida en la cama, con un sueño de aquellos que te cierra los ojos sin dejarte
pensar. Aunque a las seis de la mañana mi cabeza ha decidido que ya era hora de
despejarse… Me he pasado una hora en la cama con emociones diversas pululando
por mi interior. Sí, soy de efectos retardados, por eso ahora estoy
contentísima de mi reencuentro con Anna.
A
veces salgo a la calle para tomar un café con alguien con quien mantengo
relación de amistad continua y me siento extraña o ajena a su conversación, y
otras me pasa lo del miércoles: aparezco en el lugar concordado tras veinte
años de distancia y al empezar a hablar parece que ayer estábamos juntas.
Curioso,
es como si el tiempo no hubiera pasado, como si los años de distancia se
acortaran en cinco minutos y volviéramos a conectar como a los dieciséis,
cuando nos pasábamos horas enganchadas al teléfono, tardes enteras de juega
compartida, noches de confidencias a la luz de la luna… Anna y yo éramos
inseparables hasta que un día dejamos de llamarnos.
La
vida es así. Un día acortas tu relación por algo que desconoces y separas los
caminos, aunque tu conexión sigue ahí, dormida, esperando a que algún día
vuelva a unirte a tu amiga de antaño. Y el miércoles fue un día mágico, uno de aquellos
en los que piensas: «¿por qué nos distanciamos?».
En
nuestra juventud no existían las redes sociales ni los móviles ni Internet. La
distancia se imponía con absoluta contundencia, sin llamadas no había contacto…
Ahora las cosas son distintas, tanto que la presencia de Facebook nos ha unido.
Quizás nuestros hijos no desperdicien amistades intensas por la falta de
contacto, ellos tienen un mundo de realciones cibernéticas por delante…
¡Feliz
día! J
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