Tulum
¡Buenos días! El día
amanece radiante en las montañas, con un cielo tan azul que parece una turquesa
brillante. La casa duerme, los únicos sonidos que me llegan son el canto de
algunos pájaros y el tic tac del reloj de la cocina. Desde el sillón disfruto de
la vista plácida de mi jardín bañado por los primeros rayos de sol matutinos…
¡No puedo pedir más! ¡Ojalá cada día del año disfrutara de mañanas así!
LDE avanza a un ritmo
desenfrenado, ya cuenta con nueve capítulos, 11.650 palabras, veinte folios y
un sinfín de ideas en mi cabeza. Es alucinante cuando se enciende la bombilla
de la imaginación y traza una historia de la nada. Es lo mejor de la escritura,
crear laberintos en el papel, sentir cómo crecen en tu interior, saber que te
poseen durante horas…
Ayer os conté una parte del
primer día de excursión. Llegamos tarde al hotel y las piscinas estaban
cerradas, así que nos dimos una relajante ducha de agua caliente y nos fuimos a
cenar al buffet nocturno. Estábamos tan cansados que a las nueve y media ya
dormíamos.
La mañana del miércoles
volvió a sonar el despertador a las seis en punto. La salida prevista para ese
día era a Tulum, un impresionante conjunto de edificaciones mayas sobre un
acantilado. El lugar estaba muy cerca del hotel, a apenas tres cuartos de hora
en autocar.
Como el autobús salía a las
7:10, y el día anterior nos dimos cuenta de que no era muy puntual, desayunamos
en el buffet a las 7:00, justo cuando abrieron las puertas. Después nos
embarcamos rumbo a Tulum.
Llegamos los primeros al
aparcamiento. Hacía calor, aunque no apretaba tanto como en Chichén Itzá. El
guía nos acompañó a un trenecito que nos llevó hasta el recinto de las ruinas.
¡Impresionante! ¡Es un conjunto arquitectónico precioso!
Me quedé sin habla al contemplar
los templos erigidos sobre la bahía e imaginármelos pintados de blanco, rojo,
verde y azul en la época maya. Es una gran explanada de césped, con algunos
árboles en zonas determinadas y varios edificios con una orientación
determinada. En la antigüedad la hierba era un enlosado de piedra y en su
recorrido se encontraban las casas de los habitantes, aunque pocas se conservan
ahora.
Los Mayas son famosos por
su conocimiento astronómico. Los templos principales de sus núcleos urbanos se
construyeron de manera que el sol entrara por dos ventanas alineadas los días
de los solsticios.
Tras admirar las
construcciones antiguas nos dieron tiempo libre para bañarnos en la paradisíaca
playa que se encontraba al pie del acantilado. Agua turquesa, arena blanca,
rocas y unas escaleras de madera que le conferían un aire caribeño apasionante…
Fue un baño espléndido que
duró una hora. Los niños disfrutaron como nunca de las aguas cristalinas del
mar Caribe y nosotros los acompañamos con una sonrisa.
Regresamos al hotel a comer
y nos pasamos cuatro horas tumbados en la hamaca disfrutando del día. Por la
tarde nos fuimos a Playa del Carmen otra vez para comprar los recuerdos que nos
faltaban y que nuestra hija Irene disfrutara de una caminata agradable.
Por la noche cenamos en uno
de los restaurantes temáticos del hotel: el mexicano. No me encantó, pensaba
que al estar en México la comida sería impresionante, pero el primer plato era
un buffet de productos de la tierra poco elaborados y el segundo uno de la
carta, que no tenía demasiado donde elegir.
¡Feliz día! J
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