Tulum

9:09 Pat Casalà 0 Comments


¡Buenos días! El día amanece radiante en las montañas, con un cielo tan azul que parece una turquesa brillante. La casa duerme, los únicos sonidos que me llegan son el canto de algunos pájaros y el tic tac del reloj de la cocina. Desde el sillón disfruto de la vista plácida de mi jardín bañado por los primeros rayos de sol matutinos… ¡No puedo pedir más! ¡Ojalá cada día del año disfrutara de mañanas así!
LDE avanza a un ritmo desenfrenado, ya cuenta con nueve capítulos, 11.650 palabras, veinte folios y un sinfín de ideas en mi cabeza. Es alucinante cuando se enciende la bombilla de la imaginación y traza una historia de la nada. Es lo mejor de la escritura, crear laberintos en el papel, sentir cómo crecen en tu interior, saber que te poseen durante horas…
Ayer os conté una parte del primer día de excursión. Llegamos tarde al hotel y las piscinas estaban cerradas, así que nos dimos una relajante ducha de agua caliente y nos fuimos a cenar al buffet nocturno. Estábamos tan cansados que a las nueve y media ya dormíamos.
La mañana del miércoles volvió a sonar el despertador a las seis en punto. La salida prevista para ese día era a Tulum, un impresionante conjunto de edificaciones mayas sobre un acantilado. El lugar estaba muy cerca del hotel, a apenas tres cuartos de hora en autocar.
Como el autobús salía a las 7:10, y el día anterior nos dimos cuenta de que no era muy puntual, desayunamos en el buffet a las 7:00, justo cuando abrieron las puertas. Después nos embarcamos rumbo a Tulum.
Llegamos los primeros al aparcamiento. Hacía calor, aunque no apretaba tanto como en Chichén Itzá. El guía nos acompañó a un trenecito que nos llevó hasta el recinto de las ruinas. ¡Impresionante! ¡Es un conjunto arquitectónico precioso! 
Me quedé sin habla al contemplar los templos erigidos sobre la bahía e imaginármelos pintados de blanco, rojo, verde y azul en la época maya. Es una gran explanada de césped, con algunos árboles en zonas determinadas y varios edificios con una orientación determinada. En la antigüedad la hierba era un enlosado de piedra y en su recorrido se encontraban las casas de los habitantes, aunque pocas se conservan ahora.
Los Mayas son famosos por su conocimiento astronómico. Los templos principales de sus núcleos urbanos se construyeron de manera que el sol entrara por dos ventanas alineadas los días de los solsticios.
Tras admirar las construcciones antiguas nos dieron tiempo libre para bañarnos en la paradisíaca playa que se encontraba al pie del acantilado. Agua turquesa, arena blanca, rocas y unas escaleras de madera que le conferían un aire caribeño apasionante…
Fue un baño espléndido que duró una hora. Los niños disfrutaron como nunca de las aguas cristalinas del mar Caribe y nosotros los acompañamos con una sonrisa.
Regresamos al hotel a comer y nos pasamos cuatro horas tumbados en la hamaca disfrutando del día. Por la tarde nos fuimos a Playa del Carmen otra vez para comprar los recuerdos que nos faltaban y que nuestra hija Irene disfrutara de una caminata agradable.
Por la noche cenamos en uno de los restaurantes temáticos del hotel: el mexicano. No me encantó, pensaba que al estar en México la comida sería impresionante, pero el primer plato era un buffet de productos de la tierra poco elaborados y el segundo uno de la carta, que no tenía demasiado donde elegir.
¡Feliz día! J   

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