¡Noche de brujas!
¡Buenos días! Hoy por la noche
celebramos Haloween a la americana, aunque nuestra fiesta real es Todos los
Santos, el 1 de noviembre, un día en el que la tradición cristiana convoca a
todos los vivos a rememorar a los muertos y a llevarles flores a la tumba. En Cataluña lo celebramos con las castañas,
los boniatos y los panellets.
En
Estados Unidos, Irlanda el Reino Unido y Cadnadá le dan mucha importancia a la
noche del 31 de octubre, día en el que celebran Haloween o la noche de brujas. Es
una festividad de origen celta que deriva del Samhain, fin del verano. Durante
esta noche se pensaba que los espíritus eran capaces de traspasar la línea que
los mantenía en Otro Mundo y que podían bagar por la Tierra como espectros.
Las
reuniones familiares y la festividad eran para conmemorar a los ancestros de la
familia y ahuyentar a los espíritus malignos. Se vestían con máscaras, muchas
veces hechas de calabazas, para evitar
que los reconocieran las almas maltrechas y que los dañaran. Se reunían frente
a una hoguera, quemaban cultivos y ofrecían sacrificios a los dioses.
Hoy
en día se ha perdido un poco el sentimiento primario de esta festividad y se ha
convertido en una noche llena de calabazas, disfraces, historias terroríficas,
visitas de los niños a las casas,… ¡La calle se viste de Haloween! Y cada vez
más se va imponiendo la moda de Estados Unidos y las calles de nuestras
ciudades se visten de naranja y negro.
En
muchos de los blogs que suelo frecuentar los autores se han dedicado a
ofrecernos interesantes historias de miedo para unirse al halo de misterio que
nos aporta este día que los antiguos druidas creían que era el único momento
del año en el que la límite entre el mondo de los muertos y de los vivos se
desdibujaba lo suficiente para permitir el tránsito de los espectros.
Podría
intentarlo, ¿qué os parece?
…Era
una fría y lúgubre noche de finales de octubre. Las estrellas se habían
ocultado bajo una capa de gruesas nubes amenazantes que de un momento a otro se
deshincharían sobre los árboles, un viento gélido soplaba con tanta fiereza que
su silbido se enredaba con las hojas de los árboles y creaban una sinfonía que
acompañaba los resuellos de Arna.
La
noche había sido intensa, con sobresaltos que habían destruido para siempre su
hogar, su tribu, sus tradiciones. Y Arna necesitaba huir, encontrar un lugar
donde ellos no pudieran encontrarla, donde preservar las costumbres de sus
ancestros y la casta de su linaje.
Cuando
el sol se había ocultado tras las montañas su comunidad se había reunido frente
a la hoguera para celebrar la festividad de aquel día tan señalado, iban todos
vestidos con ropajes negros, con caretas naranjas, con sus corazones solemnes. Cantaron
frente al fuego, agradecieron las cosechas y pidieron un invierno menos crudo
que el anterior.
Mariesa,
la líder, se había alzado sobre una tarima para recitar los conjuros de la
noche y ahuyentar a los espíritus malignos que se acercaran a su pequeña aldea.
Era una mujer fuerte, alta, con un carisma especial. Sus salmos se elevaron
hacia el cielo con una entonación mística, cada una de las palabras
pronunciadas en un idioma antiguo y olvidado se enredaron con los árboles, las
plantas, los animales, los ríos y los océanos. Convocaba a los dioses del bien,
a aquellos que les ayudarían a sobrevivir durante los meses de frío y les
otorgarían una nueva y brillante cosecha en los meses cálidos.
Sus
ojos estaban fijos en el fuego, era como si a través de ellos las llamas
crearan unas nuevas formas sinuosas y adoptaran la figura de los dioses que los
protegerían. Arna había asistido a la ceremonia como cada año, pero esta vez
sabía que las cosas iban a ser distintas, Mariesa la había advertido de cuál
era su cometido y del mal que las acechaba.
De
repente el viento silbó con tanta fiereza que la hoguera se fue apagando hasta
quedar en ascuas. Recordando las palabras de Mariesa, Arna se había escondido
en una pequeña cueva cercana al asentamiento. Desde allí descubrió cómo el
viento traía palabras envenenadas, párrafos que iban derrumbando a sus
familiares y amigos, frases que entraban por sus pabellones auditivos, eclosionaban
en su cerebro y hacían que cayeran al suelo flácidos, sin vida, con los ojos
abiertos y una expresión de terror pintada en su cara de facciones contraídas.
Arna
utilizó unos vendajes que Mariesa le había dado la noche anterior para taparse
las orejas, durante una solemne conversación en la que la había instruido
acerca de su cometido. Los ojos se le anegaron en lágrimas mientras observaba
impotente la masacre y descubría cómo el poder de las palabras podía destruir a
su pueblo. Mariesa había sido implacable en sus órdenes: “no puedes salir de la
cueva, nuestro destino es perecer a manos del conjuro de los brujos negros, el
tuyo es vengarnos y volver a repoblar la Tierra con nuestros descendientes.”
Cuando
todo había acabado Arna salió de su escondite y corrió tanto como sus piernas
le permitieron. Llevaba cuatro horas de intensa carrera por el bosque, con los
recuerdos de la muerte horrible de su familia y amigos acosándola, sintiendo el
peso de la responsabilidad que había caído sobre sus hombros, llorando su
soledad. ¿Podría algún día volver a sonreír?
¡Un
beso y feliz Haloween!
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