Definiendo la reacción de Andrea
Un día más vuelvo a estar sentada en mi sillón a una hora temprana, mientras la casa duerme y toda mi familia descansa en sus mullidas camas. ¡Me quedan poquitos días de esta rutina! Luego volveré al trabajo y los días se sucederán inmersos en la rutina cotidiana, metida entre balances, contabilidad, recursos humanos, números,…
A pesar de que me quedaría aquí eternamente, repartiendo mi tiempo entre la escritura, la lectura y mi familia, estoy agradecida de poder volver a Barcelona y que me esté esperando un trabajo remunerado. Mis sueños de vivir de la escritura de momento son sólo eso, sueños, y en estos meses en el blog he conseguido un imposible: vivir sin la ansiedad de visualizar un futuro claro. Así que ahora me despierto por las mañanas y no planifico (bueno, sí el día a día y algunas cosas, pero no a largo plazo como antes), sencillamente vivo y siento lo que sucede a medida que se va produciendo. ¡Y realmente es una liberación!
Con mi carácter metódico y planificador este giro inesperado en el devenir de los días es un cambio increíble. Casi no puedo creerme que todavía siga aquí, pegado a mí, y que no esté ya sintiendo el acoso de los sueños instándome a realizarlos, a llegar a la meta trazada, a ver que sucederá. ¡Ahora ni yo misma lo sé! De momento voy corrigiendo, voy escribiendo aquí cada día y me alegro un montón cuando sube el número de visitas, recibo comentarios o alguien me escribe, me llama o me da su opinión acerca de los posts o de la historia que vamos tejiendo en este rinconcito del ciberespacio.
Ayer os describí lo que veo desde mi sillón, aunque hoy el sol está un tanto viciado por una capa de nubes poco densa que emblanquece el azul del cielo y apaga un poco la intensidad de los rayos de luz vertical que impactan en el seto y en césped. De todas maneras se adivina otro día de calor intenso. ¡Ayer a las nueve de la noche estábamos a 30 grados! Esta temperatura es inaudita en la Cerdanya, normalmente por la tarde-noche, cuando el sol se esconde, el termómetro desciende hasta crear un ambiente fresco y agradable.
Le he estado dando vueltas a los comentarios de M. acerca de Andrea. Ayer contesté mi punto de vista, aunque quizás debería cambiar un par de cosas para que la reacción de la chica quede integrada en la situación y sea creíble. Mi primera reflexión es para el nombre. ¿Está bien que una chica de Transilvania se llame Andrea? No sé, me da que no cuadra mucho. ¡Aportad ideas, por favor!
En cuanto a su carácter, M. tiene razón, no puede ser una persona tranquila que de repente reaccione de una manera tan exagerada, así que vamos a definir su personalidad para que la escena cuadre, ¿OK?
Bien “Andrea” (lo pongo entre comillas hasta que decidamos cómo se llama) se despertó en la UCI de un hospital a la mañana siguiente del incendio que había arrasado su casa con toda su familia dentro sin saber dónde estaba ni qué había pasado. Tenía quemaduras importantes en la espalda y en los muslos, unas quemaduras que le iban a dejar una huella impresa en la piel el resto de su vida. Había aspirado una ingente cantidad de humo y sus pulmones estaban resentidos. Le dolía la cabeza, el tórax y debajo de las vendas con ungüento que cubrían las quemaduras.
Eduardo se presentó en la UCI a primera hora de la mañana, justo cuando una desorientada “Andrea” acababa de abrir los ojos a la consciencia. Se sentía mareada, confusa, sin capacidad para recordar los sucesos de la noche anterior. Sus recuerdos acababan en la cena familiar que había compartido con sus padres y sus cuatro hermanos. Luego todo se fundía en una oscuridad absoluta.
A través del relato de Eduardo la chica fue recomponiendo las piezas de lo acontecido, pero siempre le quedó una laguna imposible de rellenar, un sinfín de preguntas acerca de porqué ella estaba en el salón y no en el piso de arriba, cómo se pudieron dejar el gas abierto y qué era aquella angustia que acompañaba de manera implacable la negrura que cubría las horas posteriores al incendio.
Cuando salió del hospital se fue a vivir a un orfanato hasta su mayoría de edad, en ese momento tenía 16, así que sólo fueron dos años. Eduardo le escribía cartas constantemente y la iba a visitar cada vez que podía. Entre ellos se forjó un vínculo profundo que culminó en un matrimonio feliz cuando “Andrea” cumplió los dieciocho y aceptó irse a Barcelona con él a cursar sus estudios.
Era una chica lista, con facilidad para los idiomas y una capacidad de concentración que le facilitó aprenderse de memoria todos los manuscritos de anatomía requeridos para su carrera. La vida le había dado una segunda oportunidad, así que la aprovechó para dedicarla a ayudar a personas sin recursos.
Ella y Eduardo eran felices trabajando en una ONG y viajando a los países más pobres del planeta para poner sus conocimientos médicos al servicio de los necesitados, pero “Andrea” nunca logró deshacerse de las pesadillas que la asaltaban por la noche ni de algunas imágenes fragmentarias del fuego quemándole la piel ni de la sensación que faltaba algo por descubrir, que había una pieza que no encajaba, una pieza que su mente había bloqueado deliberadamente.
Se convirtió en una chica reservada que arrastraba un trauma desde que despertó en aquel hospital. Cuando miraba las cicatrices en la espalda y en los muslos un sudor frío y resbaladizo se ocupaba de acompañar la angustia que se propagaba por su interior, como si todos sus sistemas intentaran recordar, encontrar las respuestas, explicar sus lagunas.
Por eso cuando escuchó esa voz en la habitación del hotel se quedó en un estado catatónico, sin reacción, con la angustia escalando posiciones en su interior a medida que las imágenes fragmentarias de aquel día se iban filtrando por las grietas de la desmemoria.
¿Mejor así?????
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