¡Bailando!
¡Buenos y calurosos días! Parece que el calor no tiene ganas de marcharse y ha decidido que está muy bien en Barcelona, así que va apretando un poquito más cada día. ¡Y yo que pensaba que habían anunciado una bajada de temperaturas!
Ayer el blog fue un fracaso total: 15 visitas y 0 comentarios. Bueno, ¡por lo menos hubo dos “me encanta” y un “interesante”! A ver si hoy logramos recuperar las visitas crecientes de esta última semana.
Ya estoy total y absolutamente integrada en la rutina. Lunes , miércoles y viernes un trabajo y martes y jueves otro. ¡Tengo un montón en los dos sitios! Así que voy avanzando en ambos sin pausa, con ganas de ponerme a tono y no miles de papeles acumulados en mi escritorio.
Después de las agujetas increíbles del martes, ayer fui a mi segunda clase de baile de la semana, ¡qué caña nos pegó el profe! ¡Había momentos que hasta me faltaba el aire! Es que con este calor que hace cerca del mar cuesta muchísimo más moverse que cuando el frío aprieta.
¡Pero sarna con gusto no pica! Y a mí me encanta ir a bailar, es una terapia fantástica y una manera de hacer ejercicio y empezar a quemar los quilitos que me ha regalado el verano.
Ayer os hablaba de cómo conocer a una persona a través de su vena artística y también de la posibilidad de descubrir su estado anímico. Cuando yo bailo doy una visión bastante gráfica de cómo me ha ido el día y de si estoy nerviosa, agobiada o feliz.
Suelo ponerme a la derecha del profesor, en primera fila, justo delante del espejo. Eso requiere que mi concentración sea completa, porque no tengo a nadie delante a quien seguir y cuando el profe dice: “ahora solas” si no he interiorizado los pasos me equivoco.
Cuando empieza la música e iniciamos el calentamiento mi mente empieza a desconectar del mundo y se interna en una dimensión donde nada la agobia. Mis mundos paralelos, los pequeños problemillas del día a día, cualquier cosa que haya podido internarse en mis pensamientos para convertirse en un torbellino que da vueltas y más vueltas desaparece como por arte de magia.
Las primeras notas suelen introducirse en mí dando el stop a los pensamientos recurrentes y, a partir de ese momento sólo quedan los pasos, los tiempos de ocho, el ir tarareando las canciones y perfeccionar cada movimiento.
Al principio casi ni me miro al espejo, mis ojos parecen enredados en una dimensión desconocida, alejados del ahora, inmersos en cada uno de los tiempos de ocho que componen un movimiento rítmico. A medida que voy memorizando la coreografía empiezo a mirarme en el espejo, donde descubro cada uno de mis gestos: arrugo los labios cuando me equivoco en algo (el profesor dice que parece que esté exprimiendo un limón), sonrío cuando me sale algo difícil y me enfado soplando cuando no me sale algo.
Los días que estoy tranquila, sin preocupaciones que me agobien, suelo bailar muy relajada, riendo, cantando, con movimientos fluidos y suaves, pero cuando he pasado un mal día mis movimientos son más rígidos y dinámicos, como si cada uno de ellos quemara un poco de los agobios.
Estos días me está costando un poco seguir hasta el final sin pararme, ¡suerte que el profesor suele darme ánimos cuando ve que mi ritmo decae! ¡Y nos deja parar para beber un poquito de agua cuando nos ve tan acaloradas! ¡Es que este calor es increíble!
Al final de la clase, cuando escucho: “buen trabajo, chicas”, estoy tan cansada y feliz que todo cuanto me ha agobiado durante el día se ha fundido de mi mente para regalarme unas horitas de tranquilidad.
¡Hasta mañana!
Paaat!! La entrada de ayer fue fantástica, así que no te preocupes por el contador de visitantes, que ya subirá, ya subirá!!! Desde luego con entradas como la de ayer, no entiendo que todavía creas que eres poco descriptiva, era taaan real tooodo. Un beso guapa!!M.
ResponderEliminar¡Gracias guapa!!!!!!!!!!
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