¡Ya estoy en las montañas!
He cambiado el azul del mar por el verde de los árboles, la arena fina y cálida por montes alfombrados de hierba y matorrales, el agua salada que esconde fondos plagados de rocas, peces, animales marinos y algas por riachuelos helados que bajan con fiereza de las montañas y riegan los valles, el calor húmedo que te acaricia con la brisa del mar por un calor seco, lleno de fragancias embriagadoras y frescas de la naturaleza, las hormigas que se apoderaban de la casa y el jardín por las moscas que revolotean inquietas por el terreno del vecino, donde las cabras pastan y los vehículos de siembra descansan al amparo de la tranquilidad de este pueblo fronterizo.
Ayer fue un día un tanto largo. Hacer maletas, carretera, visita a mis suegros y cuñados, otra vez carretera, deshacer unas maletas, hacer unas otras, otra vez carretera y al fin deshacer las maletas para quedarse en un lugar durante nueve días. Un día de tránsito, le llamo yo. Un día cansado de tanto hacer y deshacer y de tanto coche. Y un día de contrastes, porque sales de la playa con calor y bochorno para aterrizar al fin en las montañas donde por la noche necesitas una manta.
La casa está genial. Estamos solos, únicamente ha llegado uno de nuestros vecinos de la urbanización y los otros suponemos que irán llegando durante la próxima semana. Son las ocho y media de la mañana y apenas se escuchan más que los crujidos de la madera que construye esta casa a la que quiero tanto.
Estoy sentada en mi sillón, con la cortina corrida para poder deleitarme con la vista de mi pequeño jardín, donde el sol empieza a regar con sus barras de luz vertical el césped y el seto que envuelve nuestra propiedad. El cielo está limpio de nubes y su azul es tan intenso que parece querer desafiar con su porte altivo a los hombres del tiempo que ayer anunciaban tormentas en el Pirineo y un leve descenso de las temperaturas.
Ya os expliqué hace un tiempo que aquí no tengo cobertura MoviStar, que necesito salir de casa y caminar hasta un pequeño banco de la carretera poco transitada que une Llívia con Estavar para encontrar el lugar perfecto donde colgar el post mañanero. Por eso estos nueve días no puedo establecer una pauta horaria como hasta ahora, sólo puedo prometer que iré escribiendo cada día.
Durante los kilómetros que acumulamos ayer en el coche conté con muchas horas para reflexionar sobre mi vuelta a Barcelona el 22. Este verano ha sido muy placentero y revelador. Quizás tras tantos años donde lo único que me empujaba a seguir escribiendo era la obsesión de ver las novelas publicadas el hecho de haber retornado al inicio y encontrar la ilusión perdida a la hora de escribir me ha servido para saber que nunca voy a abandonar algo que me reporta tantísimas gratificaciones.
Estoy trabajado en La Baraja con un espíritu totalmente distinto al que me empujaba hasta ahora. Me leo cada capítulo por separado y analizo con cuidado la trama, los personajes, los tiempos,… Como esta vez tengo todo el tiempo del mundo y no siento el acuciante impacto de la ansiedad guiando mis dedos, puedo disfrutar de cada paso, de cada momento, de cada escena que ilustra el devenir de los protagonistas.
Me gusta la historia que tejí en tres meses. Muchas veces, cuando releo lo que ya está escrito me sorprende lo que mi imaginación puede crear. Y no quiero que esto suene a soberbia o a egolatría, nunca he pretendido creerme la mejor en nada ni pensar que lo mío es superior, sólo expongo que me gusta lo que he hecho, que incluso a veces me pregunto cómo lo hice y de dónde saqué esa historia.
¡Os deseo a todos un feliz sábado! A los que estáis de vacaciones os deseo que sigáis disfrutando de los días de merecido descanso, a los que todavía no os ha llegado el descanso vacacional os doy muchos ánimos para afrontar las últimas semanas de trabajo, ¡pensad que cuando vosotros estéis por ahí la mayoría habremos vuelto a la rutina laboral!
¡Hasta mañana!
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