El silencio de Ignacio (la trama 18)

8:36 Pat Casalà 0 Comments

            ¡Pues ya ha pasado un día más! Se puede decir que ya estoy integrada de nuevo en la rutina diaria y que me siento feliz de estar aquí. ¡Las visitas del blog van aumentando estos días! Sois todos geniales, ¡me aportáis unas dosis de optimismo que no hubiera logrado reunir ni en mil años!
            Voy avanzando con La Baraja, aunque ahora he llegado a unos capítulos un tanto caóticos. ¡Me está costando bastante encontrar el punto para reconducirlos! Y como no tengo ganas de estresarme voy haciéndolo sin seguir un patrón fijo: ahora leo uno, ahora el otro, luego vuelvo para atrás o me adelanto mucho, y vuela a empezar. ¡A ver si consigo una narración más fluida y acorde con las expectativas de mi agente!
            De momento mi horario me permite leer y corregir (cuando lleguen los niños, ya veremos). Una amiga blogera me ha dejado leer su novela inédita y ya la he empezado. ¡Es genial que entre nosotros nos apoyemos! Os voy a dejar el enlace a su blog por si queréis ver lo bien que se desenvuelve en la blogosfera y una parte de sus escritos. ¡Ya os contaré!


            Pensad que la mejor manera de llegar a conocer el fondo de una persona es introducirse en su mundo creativo. Un pintor nos da las pistas de su personalidad a través de los trazos que llenan el lienzo, ¡hasta podríamos descubrir el estado de ánimo del día en el que pintó uno de los cuadros! Los cantantes modulan la voz según su alegría o su tristeza y si nos fijamos en los gestos de todos los músicos, en su expresión, en sus ojos… ¡Siempre nos darán una pista de su naturaleza rebelde, tranquila, estresada,…!
            Podría seguir citando profesiones artísticas y en todas ellas podríamos llegar al fondo de la persona con sólo admirar su arte. ¡Incluso un actor nos da pistas al interpretar a un personaje! Y creo que la mejor manera de conocer a un escritor es a través de sus escritos, leyendo entre líneas, elaborando un patrón de ideas comunes que nos pueden aportar una idea clara de su personalidad, de sus sentires, de su manera de actuar.
            ¡Voy a dejarme de rollos y a avanzar un poquito la trama!
            …Avanzamos entre el enjambre de callejuelas que conforman el barrio gótico de Barcelona sin rumbo fijo, dando giros inesperados, retornando una y otra vez al mismo lugar, como si la idea de Ignacio de salir de ahí consistiera en rodear las calles para averiguar cómo convergen en un mismo sitio.
            Me costaba caminar. La cefalea había aumentado de manera considerable, parecía como si una voz lejana intentara acceder a mis pensamientos, como si el embiste de esa voz aumentara los pinchazos que se ensañaban con mi cráneo. Sentía nauseas. Las arcadas se precipitaban por el tubo gástrico y apenas podía controlarlas, pero a pesar de instar a Ignacio a parar, de revelarle mi estado, él continuó caminando al mismo ritmo, como si mis quejas fueran ajenas a sus pensamientos y no llegaran a penetrar por sus pabellones auditivos.
            Ignacio mantenía una expresión ceñuda, como si estuviera realizando un esfuerzo considerable. Sus ojos se movían inquietos, recorriendo cada milímetro de las callejas. Respiraba un tanto fuerte, con sonoros bufidos de aire cada vez que lo expulsara de sus pulmones. Los músculos de su cara estaban rígidos y los de su cuerpo se habían tensado tanto que parecían a punto para saltar a la menor señal de peligro.
            Hacía frío. Las temperaturas gélidas de aquel diciembre me golpeaban la cara y congelaban mi nariz expuesta. Sin embargo Ignacio sudaba, sendas gotas le perlaban la frente y resbalaban impunes hasta perderse en el cuello de su abrigo de borrego marrón.
            -¿Adónde vamos? -pregunté por enésima vez con un hilo de voz-. ¿Por qué regresamos una y otra vez al mismo sitio? ¿No habías dicho que debíamos alejarnos?       
           Mis preguntas no obtenían respuesta. No había conseguido ni un simple gesto de reconocimiento ni una mirada. Estaba tan cansada, tan dolorida y tan mareada que mis piernas decidieron detener el movimiento y quedarse quietas de repente y no responder a los estímulos del cerebro.
            Exhalé un profundo suspiro cargado de enfado y resignación. Ignacio me apremió con el brazo, sin pronunciar palabra ni relajar ni un ápice el rictus tenso de su cara. Había arrugado la frente, como si el esfuerzo que estaba realizando fuera límite y necesitara una concentración extrema.
            -¡No me pienso mover de aquí hasta que me expliques qué está pasando! -inquirí con una hebra de rabia en la voz-. ¡Llevamos media hora dando vueltas por el mismo lugar!
            Ignacio entrecerró los ojos un segundo, aspiró una gran bocanada de aire de manera sonora, cambió la posición de su cabeza y me dedicó una mirada cargada de apremio.
            -Necesito que hagas exactamente lo que te pido -me dijo con una voz opaca que no contenía ninguna inflexión expresiva-. Cuando estemos seguros contestaré a todas tus preguntas.  
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