Recuerdos

20:44 Pat Casalà 0 Comments


            He estado fisgoneando por otros blogs de Internet donde escritores inéditos dejan sus pensamientos, igual que hago yo en estas entradas diarias. En general me he dado cuenta de que todos nos encontramos en situaciones parecidas y sufrimos las largas esperas y los rechazos de igual forma.
            A mí me duele descubrir que pasan las semanas, los meses y los años y no llego a la meta que me tracé tantos años atrás, pero también he de admitir que me apasiona pasarme el día inmersa en la creación de una novela. Es como si pudiera tocar esos mundos imaginarios, como si respirara el perfume de las mujeres que viven en él, o pudiera escuchar cada una de sus conversaciones, o caminara junto a ellos en cada una de sus aventuras.
            Es emocionante pensar en una idea, en un escenario de partida y en un final e ir llenando de colorido el camino que siguen los personajes hasta ese desenlace que tengo en la cabeza desde el principio.
            Las novelas se han convertido en parte de mí. Es como si se hubieran quedado ligadas a mi vida para siempre, como si su esencia me acompañara en casa paso que doy. A veces, cuando leo un libro, me descubro recordando algún pasaje, alguna trama secundaria, algún matiz que me gusta de uno de los manuscritos.
            Muchas noches, cuando no puedo dormir, recreo en la mente las escenas de alguna de las novelas y permito que los personajes cobren vida, que me muestren su forma de ser, de moverse, de sentir.
            Es curioso, pero cuando las releo me pasa algo extraño: soy capaz de recordar donde estaba cuando escribí el capítulo. Me viene a la memoria la época del año, el lugar, mis sentimientos, mis pensamientos. Es como si a través de lo escrito conectara con ese instante en concreto e incluso fuera capaz de respirar el mismo aire que entonces.
            Hay partes de El Secreto de los Cristales que me llevan a la ribera de un río de la Cerdanya, en LLivia, uno de los veranos que he pasado allí con mis hijos. Las páginas de La Baraja están casi todas escritas en el sillón de mi casa de Estavar, por las mañanas, cuando los niños estaban en el casal y yo parecía poseída por las palabras que manaban por mis dedos como si fueran un manantial.
            La Luna de Ónixon, Géminis y El Secreto de las Cuartetas me evocan los años que he trabajado de dependienta en la tienda de mis padres. Allí llegaba cada mañana armada con mi portátil y mis libros de consulta y, entre clienta y clienta, iba llenando las páginas con las ideas que se me ocurrían sin cesar. Incluso ahora, tantos años después, puedo volver a la tienda, sentir el subidón de adrenalina cuando tenía una idea brillante, volver a atender a personas imaginarias mientras mi mente se hallaba sobre la mesa, en el ordenador, creando la siguiente frase.

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