Llegada a Kuching
¡Buenos días! Parece que el día quiere apagarse,
como si la lluvia anunciada ayer estuviera a punto de caer impune sobre la
acera. Tengo frío, las temperaturas han bajado para refrescar el ambiente. La casa
duerme, solo se escucha el rumor de la ducha, mi hijo está preparándose para ir
al colegio…
Hoy me despierto un poco melancólica, quizás es el
día, la oscuridad suele apagarme. Cuando le doy vida a unos personajes en el
papel intento dotarles con realismo, cediéndoles muchas veces mis sentimientos,
viviendo con ellos las desventuras, con las emociones a flor de piel. A veces
le doy la vuelta a mi manera de ver las cosas e invierto la manera en la que
encararía los acontecimientos.
Por suerte los sentimientos se atemperan con la
edad, las ilusiones se redimensionan y la realidad me envuelve en una espiral
de instantes felices para conservar en la memoria. Con el paso de las horas
luciré una de mis anchas sonrisas, estoy convencida.
Sigo sin fotos del viaje… Y es una pena, porque
ahora nos acercamos a una fase donde la naturaleza nos envolvió con su fiereza,
anunciando a gritos un espectáculo digno de visitar.
Llegamos a Kuching por la noche, cansados, sin
demasiadas ganas de hacer nada. No cenamos, habíamos tomado un helado antes de
salir de Langkawi y era tardísimo. Teníamos contratado el hotel Pullman, una
cadena asiática con buenas críticas, pero al llegar a recepción no encontraban
una de las habitaciones reservadas con Booking desde Barcelona. Tardaron más de
la cuenta en darnos las llaves.
El hotel está correcto, pero no es nada del otro
mundo. Buen hall, habitaciones adecuadas, pero una zona de piscina y spa muy
trotada, con una necesidad imperiosa de reforma.
Nos fuimos a dormir pronto, estábamos
tremendamente cansados del viaje y al día siguiente nos esperaba una gran aventura.
Kuching es una ciudad fea, sin demasiados alicientes para los viajeros, pero
está cerca de Bako National Park, una de las selvas más antiguas del planeta.
A las siete en punto estábamos los cuatro en el
buffet desayunando, con deseos intensos de subirnos a un taxi para emprender el
camino. Preparamos el equipaje, lo bajamos a recepción, con la mochila al
hombro para pasar la noche en Bako, y comprobamos la reserva para dos noches de
después. Para nuestra consternación tampoco tenían constancia de una de las
habitaciones. Tras evaluar la situación dejamos el equipaje en la consigna,
quedamos en hablarlo al día siguiente y salimos a la calle para coger un taxi
rumbo a la selva.
¡Feliz día! J
0 comentarios: