Perhentian Beach (Perhentian)
¡Buenos días! Parece que quiere llover… El
exterior está más oscuro de lo normal y las nubes amenazan con deshacerse en
gotas sobre el asfalto. A ver si refresca un poco.
Ayer por fin escribí una parte del diálogo que
llevaba en mente desde hace días y me quedó genial, como me lo imaginaba. Fue
tras una tarde perfecta, sentada con unos amigos en un bar al aire libre,
disfrutando de los últimos coletazos del verano.
Ayer tuve un día agridulce, volver a trabajar,
encontrarme con los mismos problemas de siempre, pensar en lo que podría ser y
no es… A medida que pasaban las horas y las compartía con amigos, compañeros y
personas importantes, cambié esa sensación por una sonrisa. ¡Hay que mirar
siempre la parte positiva!
Ahora mismo no dudaría en subirme un avión rumbo a
Perhentian para pasar un par de años sabáticos. ¡Sería increíble! Pero también
soy feliz en Barcelona, con mi trabajo, mi vida y las novelas que me acompañan
desde hace años.
Perhentian es un paraíso. Os lo digo cada día, y
es cierto. Quizás debería hablar en voz baja, porque parte de su encanto se lo
debe a la poca masificación en las playas y en las islas en general. Es un edén
desconocido que, probablemente, llegará un día en el que los turistas
descubrirán su potencial y se convertirá en un nuevo Caribe… Esperemos que no
pase.
El tercer día, después de nuestra hamburguesa en
la hamaca, el cielo se despejó un poco y aprovechamos para coger uno de los
taxis del mar para ir a la playa Paerhentian, donde nadan las tortugas marinas.
Contratas una barca para llevarte y quedas en una hora de recogida. Es importante
pactar el precio de antemano y no pagar hasta el regreso.
La playa era preciosa, arena blanca, mar turquesa,
una plataforma a lo lejos donde mis hijos esperaban a ver aparecer las tortugas…
Con el precio de la barca también alquilamos el equipo de snorkel. Yo nadé hasta
la plataforma, a varios metros de la playa, y me quedé con los chicos un rato,
persiguiendo a algunas tortugas. Después regresé a la playa para leer estirada
en la toalla.
Mientras yo me sumergía en un libro romántico, que
me decepcionó bastante, mi marido y mi hijo se fueron a caminar por la playa
hasta unos árboles llenos de monos.
De repente se levantaron ráfagas de viento y el
cielo se ennegreció. La tormenta se presagiaba cercana y estábamos lejos de
nuestro hotel, en la otra isla. La única manera de regresar era en barca y nos
faltaba más de media hora para la recogida… Pasamos unos minutos tensos, viendo
cómo el día se oscurecía.
Por suerte el barquero apareció antes de tiempo,
cuando las primeras gotas caían sobre el mar. Nos costó salir de la playa, el viento
se llevaba la barca, lanzándola contra la cuerda que separaba la zona de
bañistas. ¡Llegamos al hotel empapados!
¡Feliz día! J
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