Mercado de comida nocturno (Langkawi)
¡Buenos días! Ayer el día me pasó despacio, con
muchos instantes estresantes y una tarde llena de ideas para escribir. Acabé
dos capítulos de cuatro folios, cuatro mil trescientas veintitrés palabras llenas
de interesantes escenas… Hacía tiempo que no conseguía tal grado de
inspiración.
A las ocho y media dejé el ordenador, sin ganas,
deseosa de avanzar en la historia, pero debía cocinar. Macarrones para hoy,
tortilla de patatas con tomate y mozarela para cenar, una hamburguesa para mi
comida de hoy… Me fui a dormir con imágenes de UUDC, dándole vueltas a algunas
escenas, y esta mañana me he levantado con la claridad de mente suficiente para
detectar algunos párrafos a mejorar.
Escribo para mí, para saciar esa ansia de
inventarme historias, con la emoción de mejorar en cada novela, dándole el
máximo de realismo. Y me siento feliz, llena de energía, de sonrisas, de
ilusiones.
Ayer nos quedamos en la llegada al hotel por la
tarde, después de una mañana en Kayak. El The Danna es un paraíso, su piscina
de borde infinito se alarga frente a una playa de arena blanca, con dos islotes
a la vista y varios barcos de vela fondeados en la bahía… Es idílico, aunque el
agua no es turquesa como en Perhentian.
Las habitaciones son espaciosas, con el suelo de
madera oscura, dos enormes armarios con luz interior, una cama con dosel, un
baño impresionante con ducha y bañera, un servicio de habitaciones inmejorable,
unos silloncitos para descansar…
Nos tumbamos en las hamacas de la piscina, disfrutamos
del sol, de un baño relajante, de un tentempié que nos ofrecieron y de las botellas
de agua fresquitas que nos trajeron.
A veces hace falta un ratito de relax para coger fuerzas
y recargar las pilas. Fue una tarde magnífica, con mi Kindle, acompañada del
armonioso canto de los pájaros…
Quedamos con los niños a las ocho en punto en el
hall para ir en taxi a un mercado de comida nocturno. Estaba a veinte minutos
del hotel, en una explanada. Nos encontramos con varias paradas llenas de
comida que te hacían al instante, con un olor a los diversos guisos que se
entremezclaban y lleno a rebosar de gente.
Picamos varios platos, saboreando la comida recién
hecha, caminando entre las mesas, llenándonos del colorido y de las diferencias
culturales del lugar. Cuando regresamos al hotel estábamos completamente
saciados y felices, el día había dado muchísimo de sí y a la mañana siguiente nos
esperaba una nueva aventura.
¡Feliz día! J
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