¡Por fin llegaron las maletas! (Perhentian)
¡Buenos días! Ayer fue un día maravilloso, de
aquellos que consiguen demostrarte el valor de continuar luchando sin perder la
sonrisa. Por la mañana se publicó una reseña fabulosa de Ecos del pasado en el blog Mi
sala de lectura (enlace) y durante el día la venta de mis libros en Amazon
se disparó muy positivamente.
Cuando subo un libro a la plataforma digital
siempre ofrezco a varios blogs la posibilidad de leerlo gratis para reseñarlo
después. Las estadísticas muestran que un veinte por ciento de los que reciben
la oferta se interesan en la lectura y solo un veinte por ciento de ellos
acaban reseñándola. Cuando sucede algo como lo de ayer, y una administradora
rescata mi manuscrito de hace un año y pico, me hace muchísima ilusión, y más
si la reseña es tan entusiasta.
Volvamos a malasia…
En Perhentian nuestras ansiadas maletas llegaron
el tercer día, tras la tromba de agua que descargó fuerte sobre la playa. No os
podéis imaginar la alegría que me invadió cuando, estirada en la hamaca, vi
aparecer una barca con las dos maletas. Me levanté de un salto, fotografíe su
llegada y las abracé, en plan «¡soy tan afortunada!». Los porteadores fliparon
conmigo y con mi marido, quien hizo teatro besando las maletas y haciéndoles reverencias.
Supongo que tantos días sin ellas nos ayudaron a actuar así.
Por la noche fuimos a cenar a uno de los chiringuitos
de la playa, armados con nuestros chubasqueros porque volvía a llover a
cántaros. ¡Por fin pude ponerme uno de los vestidos que me llevé para la playa!
¡Fue emocionante!
Cenamos un poco incómodos, la lluvia se ensañaba
con el techo de uralita mal tapado, dejando goteras sobre nosotros… Por suerte
la comida era buenísima. Al final de la noche dejó de llover y al regresar al
hotel tuvimos una sorpresa increíble: ¡nos encontramos una tortuga en la arena!
¡Avanzando lentamente hasta el mar! Fue un espectáculo impresionante, suponemos
que acababa de desovar.
Dormí mal aquella noche, la tormenta era intensa y
producía un ruido ensordecedor. A la mañana siguiente despertó nublado, con la
arena mojada y una brisa fresca. Desayunamos muy pronto, mi marido y mis hijos
habían contratado una inmersión para las ocho y media.Yo me quedé en el hotel, escribiendo, dándole vida
a las vicisitudes de Lúa García… La mañana fue estropeándose y decidí anular
otra vez la barbacoa en una playa cercana. ¡Hice bien! A las diez y media,
cuando los míos regresaron del mar, la lluvia volvió a caer con fiereza.
Acabamos sentados en el The World Café, donde nos
topamos con una pareja de catalanes que viajaba con su hija pequeña. Charlamos
animadamente hasta que la lluvia rebajó su intensidad y nosotros pudimos
emprender la caminata hasta el Ewans Café, el mejor restaurante de la isla a
nuestro entender.
¡Feliz día! J
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